Lo que más alimenta
Las fiestas de fin de año, si vividas cristianamente, son una ocasión para que los fieles puedan dar un maravilloso testimonio del amor de Dios junto a los demás.
El período de las celebraciones podemos delimitarlo entre dos solemnidades: el 8 de diciembre y el 6 de enero, la Inmaculada y la Epifanía. En todo el orbe católico, pero especialmente en España, estas dos fechas tienen un sabor especial. También, claro está, la Navidad y el Año Nuevo. En todo caso, este tiempo arraigó mucho en la mentalidad católica y tiene, todavía, repercusión en la sociedad.
Somos un compuesto de espíritu y materia. Atender a la dimensión sobrenatural es lo que debe primar en las fiestas de fin de año: La oración, la Eucaristía, las obras de misericordia, una buena confesión… ¿Qué mejor manera de celebrar?
Pero sucede que la comida tiene también un papel importante en las celebraciones. Porque el hecho de comer no se hace principalmente para combatir el hambre o llenarse el estómago, sino para compartir con los demás, en la alegría de estar juntos. Casi que el alimento es una excusa para reencontrar y conversar con familiares y amigos. Entre paréntesis, esta concepción no es exclusiva de nuestra cultura; es también patrimonio de muchas otras.
En las ocasiones en que se celebran cosas importantes, lógicamente se procura comer mejor. Y cuanto mayor sea el motivo de la fiesta, lo ideal es que la comida sea más excelente, tanto en su gusto como en la presentación.
Mientras subsistan en el mundo restos de sentido común, de buen gusto y, sobretodo, de fe teologal, aún se podrá percibir en los países de tradición católica, que estamos en Navidad o en Reyes y que se ama a la Virgen.
Decimos “mientras subsistan”, porque una avalancha de paganismo va pervirtiendo la vida social, expulsando todo signo de la religión verdadera. Y cuando no es el paganismo declarado, es el reino de la trivialidad… ¡Qué tristeza!
Pero es verdad que en medio de esa defección generalizada, hay excepciones y algunas muy honrosas. En muchos lugares se puede disfrutar de bellas ceremonias litúrgicas y de ambientes dignos y elevados que son un regalo para el alma y para el cuerpo; no se trata de mera “subsistencia”, ¡hay vitalidad!
Sintomático de esas manifestaciones de vigor, son las opiniones vertidas por un tal Pepe Rodríguez, personaje célebre para algunos y desconocido para otros.
¿De quién se trata? Este señor es un chef de cocina español que tiene una estrella Michelin en su restaurante de Illescas, no lejos de Toledo. Es jurado de Masterchef, ganador del Primer Premio de Gastronomía, de premios al Mejor Cocinero del Año, al Mejor Repostero y al Mejor Empresario… Como se ve, es “alguien” en el mundo del buen comer.
El periódico on-line Aleteia publicó una entrevista a Pepe Rodríguez que fue originariamente estampada en la revista católica Misión de España de agosto- noviembre de 2017. He aquí unos trechos que nos interesan particularmente:
“Pregunta: ¿Y quién es Dios para Pepe? Respuesta: Es la fuerza, el motor de todo. El que te hace estar en lo bueno, en lo malo y en lo regular. No sé si a veces me quedo demasiado detrás y no explico que soy cristiano, pero es que no me veo dando explicaciones, sino demostrándolo en lo que hago.
Pregunta: ¿Se sorprenden al verlo en misa? Respuesta: En Illescas no. Solo cuando voy fuera. Llevo toda la vida yendo a misa y me reconozco dentro de la Iglesia.
Pregunta: Acostumbrado a comer bien, cuando comulga, ¿cómo le alimenta? Respuesta: Como ninguna otra cosa. Comulgar es lo que más me alimenta. A veces hay gente que, después de comer, me dice: “Me has emocionado, casi levito”. Y yo pienso: “Este es tonto”. A mí me encanta comer y lo he hecho en los mejores restaurantes, pero nunca me he emocionado al comer. Y al comulgar, sí. El alimento espiritual no tiene comparación”.
¡Qué valioso testimonio! “Comulgar es lo que más me alimenta”; “Nunca me he emocionado al comer. Al comulgar, sí”.
Estupendas son las opiniones de este amigo de Dios y del arte culinario, que bien podrán ser una motivación para los que abdican de la espiritualidad en las celebraciones de fin de año, o desesperan de optar por la excelencia de una mesa bien servida, en casa o en el restaurante. La sobrevivencia de las tradiciones no pertenece al ámbito de los sueños melancólicos, sino al de la comunicación; porque tradición significa costumbre que se trasmite de generación en generación.
Al leer las declaraciones del chef toledano, se puede suponer que celebrará las fiestas navideñas a la altura de las circunstancias, es decir, adorando al Señor en la Eucaristía y festejando con una comida de calidad. Porque bien lo ha dicho y sin tapujos: “a mí me encanta comer…”.
Quien profesa con esa claridad y sin respeto humano que “Dios es el motor de todo”, que “lleva toda su vida yendo a Misa”, y que “comulgar es lo que más alimenta”, probablemente no es un diplomado en teología ni tampoco un sacristán de parroquia. Es un hombre de mundo… que no es lo mismo que un “mundano”.
Hay que animarse a romper esquemas remando contra la corriente, y celebrar coherentemente las efemérides de nuestra fe profesando la armonía existente entre la fe, la cultura y la vida.
P. Rafael Ibarguren EP