Para los Heraldos del Evangelio el mes de agosto despunta siempre con una nota de especial alegría, pues en él celebramos el cumpleaños de Mons. João Scognamiglio Clá Dias, nuestro fundador. Dicha circunstancia nos da la oportunidad de expresarle, más que en otros momentos, nuestra gratitud por su incansable generosidad en hacer el bien a las almas.
“Él es como un árbol plantado al borde de las aguas” (Sl 1, 3): los Heraldos del Evangelio en poco tiempo “esparcieron sus ramos” por más de 70 países, produciendo abundantes frutos. Ante esta prodigiosa expansión, muchos se preguntan:
¿Cuál es el secreto de este crecimiento tan rápido? ¿Qué está por detrás de los Heraldos?
Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP |
En los 78 países en los que los Heraldos del Evangelio actúan, nuestro fundador ha conquistado el corazón de innumerables personas. Sedientas de apoyo y orientación en medio del tempestuoso mar de este mundo, encuentran en Mons. João y en su obra las fuerzas necesarias para recorrer con valentía el camino de la virtud. Y, como es natural, en todas partes crece el interés por conocer su vida, compartir sus anhelos, comprender su persona y su misión.
Considerando con detenimiento la figura de Mons. João hallamos en ella un misterioso contraste. Sin dejar de ser padre bondadosísimo, siempre dispuesto a auxiliar a sus hijos e hijas, se presenta ante nuestros ojos como un varón grandioso, de dimensiones proféticas. Todo lo que ha hecho hasta ahora al servicio de la Iglesia parece ser tan sólo un prenuncio de lo que aún está por llegar.
Para desvelar algo de ese paradójico misterio, nada mejor que conocer, aunque sucintamente, la biografía del fundador de los Heraldos del Evangelio, su profundo vínculo con Plinio Corrêa de Oliveira, el florecimiento de su obra, la labor apostólica llevada a cabo en una de las épocas más trágicas y conturbadas de la Historia.
Un niño contemplativo
Mons. João nació en São Paulo, Brasil, el 15 de agosto de 1939, Solemnidad de la Asunción de María Santísima a los Cielos, advocación por la que nutrió especial devoción. Hijo de Antonio Clá Dias, español, y Annitta Scognamiglio, italiana, recibió el Bautismo el 15 de junio del año siguiente en la iglesia de San José, del barrio de Ipiranga, cercana a su residencia.
Desde su más tierna infancia fue beneficiado por la Providencia con el don de la contemplación y una gran facilidad para percibir la acción del divino Artífice a través de las criaturas. Así pues, algunas noches en las que padecía de insomnio solía sentarse en el bordillo de la ventana de su cuarto para admirar largamente las estrellas. Aquel maravilloso conjunto de destellos le causaba viva impresión y lo invitaba a pensar en el orden puesto por Dios en el universo.
Cuando tenía 5 años, al entrar en la entonces capilla de Nuestra Señora de los Dolores, que pertenecía a los Padres Servitas y estaba situada en el barrio de Ipiranga, se encontró por primera vez con el Santísimo Sacramento expuesto. Habiendo entrado en el templo justo en el momento en el que el sacerdote se preparaba para dar la bendición, se sintió inexplicablemente atraído por aquella hostia blanca, sobre cuyo misterio aún no había sido instruido, así como por el ambiente de sacralidad y recogimiento reinante.
Mons. João el día de su |
¡Enseguida concluyó que se encontraba en presencia de Dios! La sensación de grandeza y majestad extraordinarias, pero al mismo tiempo el efecto de la infinita bondad de Jesús, constituyeron una invitación a ser bueno y el punto de partida de una devoción eucarística que, con el paso de los años, sólo vendría a aumentar y sublimar.
Durante sus estudios siempre se distinguió por ser el primero de la clase, demostrando especiales aptitudes para las Matemáticas y las Artes. Sin embargo, las clases de Religión eran las que más le atraían, por servir de alimento a su juvenil fe.
“En el mundo tiene que haber un hombre enteramente bueno”
El sacramento de la Confirmación, recibido el 26 de enero de 1948, y la Primera Comunión, realizada el 31 de octubre del mismo año, dilataron aún más su pasión por todo lo concerniente a la fe católica y a la vida sobrenatural.
A comienzos de la adolescencia, al entrar en choque con la decadencia moral y la vulgaridad imperantes en la sociedad ya en aquella época, se lamentaba de que no hubiera nadie que combatiera con el debido vigor. En su corazón de niño, deseaba ardientemente poder trasladar de alguna manera la hermosa armonía sideral contemplada en su infancia a la convivencia social de sus compañeros, agregándole una nota religiosa. Era el soplo del Espíritu Santo que lo estaba entusiasmando en el sentido de servir y amparar a sus coetáneos.
Bajo el influjo de esa gracia, despertó en él su inclinación por la Medicina, la Psicología y las Artes, así como el sueño de fundar una asociación de jóvenes con el objetivo de acercarlos a Dios e introducirlos en las vías de la perfección, evitando de ese modo que se perdieran.
Se afligía al constatar la cantidad de personas que se dejaban esclavizar por el egoísmo y actuaban por sus propios intereses. No obstante, una certeza oriunda de la fe le decía en su interior: “En el mundo tiene que haber un hombre enteramente bueno y desinteresado. Él está en mi camino y algún día lo encontraré”.
Por eso se arrodillaba todas las noches a los pies de la cama y, con lágrimas en los ojos, rezaba treinta Avemarías o más, pidiendo conocer cuanto antes a ese hombre, cuya silueta, por singular favor del Cielo, ya entreveía.
Mons. João en la década de 1980 |
Encuentro con aquel a quien tanto buscaba
Fue entonces cuando el 7 de julio de 1956, primer día de la novena de la Virgen del Carmen, Mons. João conoció a Plinio Corrêa de Oliveira, el varón “verdaderamente católico, apostólico y romano” —como reza en su epitafio— que marcaría el siglo XX de punta a punta con el fulgor de su fe y de su impávida militancia en pro de la Santa Iglesia. El encuentro con aquel a quien andaba buscando lo llenó de alegría. En esa ocasión tenía 16 años.
El Dr. Plinio, como era llamado por sus conocidos, había concebido desde pequeño la constitución de una Orden religiosa de caballería, destinada a actuar ante la sociedad para reformarla. En 1928, siendo ya congregado mariano, ingresó en el Movimiento Católico y se convirtió en uno de sus líderes más destacados. Allí reunió a un grupo de discípulos, pero no había nadie entre ellos que compartiera completamente sus ideales, su visión de la Historia y su modo de pensar y actuar.
Desde el momento en que Mons. João lo conoció, su mentalidad se fundió con la de su maestro. La lógica de las exposiciones del Dr. Plinio, la claridad de su pensamiento y el arrebatador aroma de su virtud hicieron que tomara la resolución de abandonarlo todo para servir a Dios en la persona de aquel varón. Junto a él pasaría cuarenta años, embebiéndose de su elevación de espíritu, de su delicado trato con lo sobrenatural y quintaesenciada nobleza de alma. El celo del Dr. Plinio por la Iglesia y por la sociedad venían marcados por una vehemente veneración a toda y cualquier superioridad puesta por el Creador entre los hombres, en especial al considerar la figura del Santo Padre.
Años después, el Dr. Plinio le escribiría a Mons. João: “¿Se acuerda de aquella plegaria que se cantaba en la Congregación Mariana: ‘Da pacem, Domine, in diebus nostris, quia non est allius qui pugnat pro nobis nisi tu, Deus noster – Dad paz, Señor, a nuestros días, porque no hay nadie que luche por nosotros sino Vos, Dios nuestro’? Cuántas y cuántas veces recé pidiéndole a Nuestra Señora que me diera paz en mis días, porque no había quien luchara por mí, a no ser Deus noster, es decir, Ella misma. Más tarde Ella me dio a un João, gran luchador por mí”.
También marcó profundamente la vida del discípulo la bondadosísima madre del Dr. Plinio, Lucilia Ribeiro dos Santos Corrêa de Oliveira. Ella fue para Mons. João, según su propia expresión, “el ángel de la guarda” que lo ayudó a comprender la infinita misericordia del Sagrado Corazón de Jesús. Por su parte, él desempeñó junto a Dña. Lucilia un auténtico papel de hijo durante los meses que precedieron a su fallecimiento, en abril de 1968.
Orientador y formador de miles de jóvenes
Siguiendo el ejemplo del Dr. Plinio, Mons. João ingresaría en las Congregaciones Marianas, sería miembro de la Tercera Orden del Carmen y se consagraría como esclavo de amor a la Santísima Virgen, según el método de San Luis María Grignion de Montfort.
Lucilia Ribeiro dos Santos |
En 1958 fue llamado a hacer el servicio militar en la recién creada 7.ª Compañía de Guardia, del 25.º Batallón de Infantería, de São Paulo, donde destacó por su disciplina, voz de mando y espíritu militar, cualidades que le valieron el ser condecorado con la medalla Mariscal Hermes da Fonseca, la más importante en el ámbito académico del Ejército brasileño.
En los años siguientes fue perfeccionando sus conocimientos musicales con el maestro Miguel Arqueróns, director del Coro Paulistano del Teatro Municipal de São Paulo. De este modo se reforzaba otra base de su futuro apostolado, nítidamente marcado por el carácter musical y militar.
A partir de 1975 se convirtió en orientador y formador de miles de jóvenes de varías naciones que acudían a conocer al Dr. Plinio. A unos los arrancaba de las garras del demonio con sabios consejos, a otros los animaba en la búsqueda de la perfección, a todos los ayudó y fortaleció en la fe, en una actitud de verdadera “preocupación por todas las iglesias” (2 Cor 11, 28). Al mismo tiempo inauguraba nuevos métodos de apostolado que acercaban la obra del Dr. Plinio a jóvenes de todas las clases sociales y hacían que aumentara el número de los que participaban en sus actividades.
Muchos de esos jóvenes pasaron a vivir en casas de formación, en las cuales la vida de oración, el estudio y el ceremonial religioso se aliaban al espíritu misionero. Se trataba de auténticas comunidades religiosas en estado incipiente, marcadas por una intensa nota de disciplina, heredada de su etapa durante el servicio militar.
En él continúa vivo el Dr. Plinio
Mons. João fue un perfecto discípulo del Dr. Plinio, pues asumió por completo el espíritu de su maestro y participó en alto grado del don de sabiduría que lo distinguía, llevándolo a desempeñar las tareas más importantes y delicadas de la obra que había comenzado.
La osadía, fidelidad y dedicación con que las realizaba motivó al Dr. Plinio a calificarlo de “auxiliar de oro”, “instrumento bendito” y, ya al final de su existencia, “bastón de mi vejez”. En cierta ocasión, le escribió: “Manda la justicia que yo diga: nadie me ha dado tantas y tan grandes alegrías como usted”. Más que un seguidor o hijo espiritual, el Dr. Plinio lo consideraba como su “alter ego – otro yo”.
Cuando Plinio Corrêa de Oliveira vino a fallecer, el 3 de octubre de 1995, Mons. João se sintió sustentado por una especial gracia de alegría. Habiéndolo amado tanto en vida se diría que una tristeza mortal se apoderaría de él al verlo expirar. Pero la Providencia no permitió que así fuera. Una idea lo consolaba: el Dr. Plinio era un profeta de tal grandeza que, incluso después de su muerte, de alguna manera continuaría vivo.
Algunas de las participantes en el último Curso Vacacional de la rama femenina de los |
A partir de entonces percibió en sí una acción siempre más intensa del espíritu del Dr. Plinio. Lo sentía que actuaba en su interior, de una forma difícil de expresar con palabras. Tales habían sido las conexiones entre ambos durante su existencia terrena que, estando ahora en la eternidad, por un verdadero fenómeno místico se acentuaba su presencia en lo más íntimo del corazón de aquel hijo.
Nacen los Heraldos del Evangelio
Muchos pensaban que tras el fallecimiento del Dr. Plinio su obra también moriría, pero, paradójicamente, comenzó a crecer y a asumir una fisonomía en entera sintonía con el corazón del maestro, a pesar de ser muy diferente en su aspecto exterior de lo que había sido hasta ese momento.
Ceremonia de ordenación de diecisiete nuevos presbíteros de los Heraldos del Evangelio – Basílica de |
Por las circunstancias en que había surgido y por la mentalidad de algunos de sus miembros se había constituido como entidad civil, aunque de inspiración e ideario marcadamente católicos. Sin embargo, el Dr. Plinio siempre deseó que la institución que fundó se integrara de manera oficial a la Iglesia y buscó distintas fórmulas para ello.
Como tantas veces ya había ocurrido, fue Mons. João el que realizó los anhelos del Dr. Plinio. Después de su muerte, un radical cambio se produjo en su obra: nacían los Heraldos del Evangelio. El 22 de febrero de 2001 el Papa San Juan Pablo II les concedió la aprobación pontificia como asociación internacional privada de fieles y les dio como misión ser “mensajeros del Evangelio por intercesión del Corazón Inmaculado de María”.
Bajo las bendiciones de la Cátedra de Pedro, la acción evangelizadora de Mons. João y de los discípulos del Dr. Plinio que lo acompañaron se volvió más amplia y fecunda, expandiéndose por decenas de naciones. Tres pilares sustentaban su espiritualidad: la devoción a la Sagrada Eucaristía, a María Santísima y al Papado. Una frase del Evangelio definía su carisma: “sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
Entonces se intensificaron las misiones marianas en las parroquias, se fortaleció el Apostolado del Oratorio “María, Reina de los Corazones”, grupos cada vez más grandes se preparaban para la consagración a la Virgen, según el método de San Luis María Grignion de Montfort. Y a esto se sumaron muchos otros emprendimientos evangelizadores como la transmisión de programas de televisión vía internet, la organización de retiros, la difusión de la doctrina y cultura de la Iglesia a través de libros y revistas.
Comunidades masculinas y femeninas
Como fruto del apostolado de Mons. João, floreció también un numeroso grupo de chicas jóvenes deseosas de entregarse a Dios según el carisma de los Heraldos del Evangelio y muchas de ellas empezaron a llevar vida comunitaria aún en la década de 1990. El 25 de diciembre de 2005 la vida fraterna de esas jóvenes consagradas asumió forma canónica con la fundación diocesana de la sociedad de vida apostólica Regina Virginum. Unos años más tarde, el 26 de abril de 2009, recibiría la aprobación pontificia del Papa Benedicto XVI.
Tanto las comunidades de la rama masculina como las de la femenina son reguladas por una vida de intensa espiritualidad, que incluye la participación diaria en la Eucaristía, la frecuente adoración al Santísimo Sacramento —en algunas casas la Adoración Perpetua se mantiene desde hace años— y el rezo en conjunto del Rosario y la Liturgia de las Horas.
El hábito que llevan simboliza la vocación a la cual esos jóvenes han sido llamados: escapulario marrón, de inspiración carmelita, con una gran cruz blanca, roja y dorada, colores que significan la pureza inmaculada, la disposición a cualquier sacrificio en el servicio a la Iglesia y la nobleza del ideal; la cadena que les ciñe la cintura testimonia su esclavitud de amor a la Santísima Virgen; y el rosario, que cuelga del lado derecho, es el arma eficaz en el combate al mundo, al demonio y a la carne.
Bajo la orientación y el estímulo de Mons. João surgieron también los cooperadores de los Heraldos del Evangelio, personas que, sin descuidar sus obligaciones familiares y profesionales, se dedican a la difusión de la devoción a María, a llevar consuelo a los enfermos y presos, a la catequesis y animación litúrgica en las parroquias y a otras obras de apostolado.
Trato familiar con grandes figuras del tomismo
La formación espiritual, intelectual y doctrinaria de sus seguidores fue siempre una de las principales preocupaciones de Mons. João y él mismo quiso primar por el ejemplo en esa materia.1
No obstante, más que los estudios académicos, la vasta formación teológica de Mons. João es consecuencia del trato asiduo con grandes tomistas del siglo XX. Entre los catedráticos de la Universidad de Salamanca, de España, o del Angelicum, de Roma, que lo honraron con su amistad podemos mencionar al P. Victorino Rodríguez y Rodríguez, el P. Antonio Royo Marín, el P. Armando Bandera y el P. Raimondo Spiazzi, además de los canonistas, también dominicos, P. Fernando Castaño, P. Esteban Gómez y P. Arturo Alonso Lobo.
Conversando ampliamente con esos doctos discípulos de Santo Tomás y meditando sobre todos los asuntos a la luz de la sabiduría de Plinio Corrêa de Oliveira, Mons. João construyó en su espíritu el monumental andamiaje teológico del que dan muestra de ello los siete volúmenes de sus comentarios al Evangelio, publicados por la Libreria Editrice Vaticana entre los años 2012 y 2014, en portugués, español, italiano e inglés.
Esa misma riqueza y profundidad doctrinaria, aliada al deseo de hacer el bien a las almas se puede encontrar en todas sus demás obras.2
¿Cómo volverse uno con Jesús eucarístico?
En la vida de Mons. João no faltaron terribles sufrimientos, enfrentados con resignación y gallardía, recordando siempre que el discípulo no es mayor que el maestro: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lc 9, 23).
Aspectos de la ceremonia de entrega de la medalla |
Le acometieron graves enfermedades físicas que casi le condujeron a las puertas de la muerte. Soportó también numerosas contrariedades de orden moral y espiritual, motivadas principalmente por las incomprensiones de algunos de sus más allegados y persecuciones promovidas por personas a las que quiso hacer el bien. Pero en todas esas adversidades pudo decir con el salmista: “De todas mis ansias me libró el Señor” (cf. Sal 33, 5).
Cada una de esas tribulaciones tuvo como efecto el intensificar en su alma el amor a Jesús eucarístico que había despuntado en los albores de su existencia. Una misteriosa atracción, cuya prefigura fue el episodio que le ocurrió en su infancia, lo impelía hacia el Santísimo Sacramento del Altar. Cerca de Él se sentía comprendido, acariciado, de algún modo angelizado y dispuesto a todos los holocaustos.
¿Cómo ser uno con Jesús? ¿Cómo convertirse en otro Él mismo, conociéndolo y amándolo con más fervor, y así servir a la Santa Iglesia y a la sociedad con perfección? Es la pregunta que se planteaba en los albores del nuevo milenio.
Surge la rama sacerdotal
Habiendo mantenido siempre, como laico consagrado, la castidad perfecta, brotó en su interior el deseo, irresistible y claro como el sol, de recorrer el camino sacerdotal, sublimando su entrega total al Señor. “Quiero unirme más a Jesús, quiero ser un vehículo suyo para absolver a cuantos encuentre en busca del perdón divino, quiero ser consumido como una hostia a su servicio en beneficio de mis hermanos y hermanas”, escribiría en una carta redactada unos meses antes de su ordenación presbiteral.
El 15 de junio de 2005 era ordenado sacerdote en la basílica de Nuestra Señora del Carmen, de São Paulo, junto con otros catorce miembros de los Heraldos del Evangelio. Nacía en su obra una rama sacerdotal, que habría de tomar forma canónica en la sociedad clerical de vida apostólica Virgo Flos Carmeli. Aprobada por Su Santidad Benedicto XVI el 21 de abril de 2009, hoy cuenta con más de 200 clérigos, todos ellos formados en los seminarios de la institución.
Con la rama sacerdotal se amplió el abanico de las actividades evangelizadoras. Partícipes del incansable celo de su fundador, los sacerdotes heraldos se han lanzado a la conquista de las almas por todo el mundo.
La pulcritud de los gestos durante la celebración, la ortodoxia de la doctrina y, sobre todo, la impoluta práctica de la virtud de la pureza son los puntos en los cuales más se hace sentir en ellos algo del espíritu de Mons. João, cuya rectitud y disciplina procuran con todas sus fuerzas imitar. Un nuevo tipo humano, paternal y dedicado en el ejercicio del ministerio y al mismo tiempo solemne y elevado en las ceremonias litúrgicas, se incorpora a las riquezas milenarias de la Santa Iglesia.
Una nueva caballería nace en la Iglesia
En 2008, tan sólo tres años después de su ordenación, Mons. João fue nombrado por Benedicto XVI como canónigo honorario de la basílica papal de Santa María la Mayor, de Roma, y protonotario apostólico. Con ese gesto, el sucesor de San Juan Pablo II reconocía el “dinámico florecimiento de los Heraldos del Evangelio” 3 y vinculaba a su fundador a la primera iglesia de Occidente dedicada a la Santísima Virgen.
Aquel que, siguiendo las huellas del Dr. Plinio, había consagrado su existencia al servicio de Nuestra Señora se veía así premiado por Ella.
El 15 de agosto de 2009, con ocasión de su septuagésimo cumpleaños, el propio Benedicto XVI le confería, por las manos del cardenal Franc Rodé, por entonces prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, la medalla Pro Ecclesia et Pontifice, una de las altas distinciones honoríficas concedidas por el Papa a quien se destaca por su actuación a favor de la Santa Iglesia y del Romano Pontífice.
Buen conocedor de los Heraldos del Evangelio y portador de la voz oficial de la Iglesia como prefecto de la mencionada Congregación, el cardenal Rodé quiso expresar el sentido más profundo del honor que le estaba siendo concedido al fundador de los Heraldos del Evangelio.
En esa ocasión afirmaba: “En el momento de entregarle esta condecoración con la cual el Santo Padre ha querido premiar sus méritos, me vienen a la mente las palabras de San Bernardo, en el inicio de su tratado De laude novae militiae: ‘Hace algún tiempo que se difunde la noticia de que un nuevo tipo de caballería apareció en el mundo’. Estas palabras pueden ser aplicadas al momento actual. En efecto, una nueva caballería nació, gracias a Vuestra Excelencia, no seglar, sino religiosa, con un nuevo ideal de santidad y un heroico empeño por la Iglesia.
“En este emprendimiento, nacido en su noble corazón, no podemos dejar de ver una gracia particular dada a la Iglesia, un acto de la Divina Providencia en vista de las necesidades del mundo de hoy”.
De hecho, los Heraldos del Evangelio no tienen otro objetivo que el de luchar para que venga cuanto antes el Reino de María previsto proféticamente por San Luis María Grignion de Montfort. A anunciar y anticipar ese reino, Plinio Corrêa de Oliveira dedicó su vida; hacerlo realidad en los corazones es el anhelo que impele a Mons. João a cada instante.
“No puedo renunciar a mi misión de padre”
Mons. João tras la Celebración de la |
El 2 de julio de 2017, habiendo cumplido más de sesenta años de luchas en pro de la Iglesia, Mons. João presentó su renuncia de los cargos de superior general de la sociedad clerical de vida apostólica Virgo Flos Carmeli y de presidente general de la asociación privada de fieles Heraldos del Evangelio.
Espejándose en el ejemplo de aquel que mostró a la humanidad que el camino de la abnegación y del sufrimiento bien aceptado era el único que conduce a la verdadera gloria, Mons. João tomó dicha decisión teniendo en vista claramente toda la envergadura y prodigioso crecimiento de la obra nacida de sus manos, y siendo consciente de que delante del Altísimo el ser es mucho más que el hacer. Así se expresaba en aquella ocasión:
“Al dejar ese cargo, no puedo —ni lo desearía— delante de Dios, renunciar a mi misión de padre. Hago a la Santísima Trinidad, por medio de mi Señora y Madre, la Virgen María, el firme propósito de continuar intercediendo ante Dios, con mis súplicas y oraciones, por mis hijos. Seguiré estando a disposición de todos y cada uno, por conocerme constituido por Dios como modelo y guardián vivo de este carisma, que el Espíritu Santo me ha confiado”.
¿Cuál será el fin del camino?
Tras estas consideraciones, motivadas por el octogésimo cumpleaños de Mons. João, cabe preguntar: ¿Cuál será el futuro de esta obra? ¿Dónde desembocará este río cuyo caudaloso curso fue iniciado por Plinio Corrêa de Oliveira y tiene continuidad en Mons. João?
No nos es dado conocer las pruebas, vicisitudes y alegrías que la Providencia nos reserva hasta el término del camino, pero no hay ninguna duda en cuanto a la meta, profetizada en Fátima por la propia Santísima Virgen: “¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!”.
Esta promesa está por cumplirse pronto. Quiera Nuestra Señora derramar especialísimas gracias a fin de que los Heraldos del Evangelio sean, cada vez más, un instrumento para la implantación del Reino de María, época luminosa de la Historia en la cual será hecha la voluntad de Nuestro Señor Jesucristo “así en la tierra como en el Cielo”.
Publicado el 1 de Agosto de 2019
por Hno. Felipe Eugenio Lecaros Concha, EP
Revista Heraldos del Evangelio