En pandemia o en bonanza, adorar.
Hay un documento de mucha valía publicado por la Congregación para el Culto Divino y disciplina de los Sacramentos en 2002, llamado “Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, principios y orientaciones” que es de vigencia permanente y merecedor de todo acato. Interesa reproducir aquí el numeral 165, que se refiere a la adoración al Santísimo Sacramento.
Entre paréntesis, por causa del coronavirus se han limitado enormemente las visitas al Santísimo, los fieles se han visto privados de esa cita benéfica justo cuándo más precisamos de la divina compañía. En todo caso, las instrucciones de la Congregación vaticana que citamos valen para tiempos de bonanza o de pandemia, claro que en la medida en que el ir y venir se vea facilitado…
165.– La adoración del santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:
– la simple visita al santísimo Sacramento reservado en el sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa;
– adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;
– la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.
En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del Año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa (…) Dado el estrecho vínculo que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención.”
Considerando esas tres formas clásicas de adorar al Santísimo, parécenos que la primera de ellas – la simple visita al Santísimo reservado en el sagrario – es la menos tenida en cuenta por los fieles. En efecto, se acude a la Misa, a la adoración perpetua o a la bendición del Santísimo, pero no se tiene en vista suficientemente la presencia real en los tabernáculos de nuestros templos.
De hecho, es raro ver personas rezando ante el sagrario en las iglesias; los sagrarios suelen estar solitarios, como si solo durante la Misa se hiciese presente el Señor y ya no en las Hostias consagradas que se reservan. ¿Reverenciarlo solo cuando está en el altar e ignorarlo por completo después? No tiene sentido.
Es necesario valorar el sagrario, o, mejor, a quien ahí se oculta, y concebir una pastoral que motive a los fieles a no descuidar esa divina presencia. Por ejemplo, algo tan elemental como esto: enseñar e insistir en chicos y grandes que lo primero que se debe hacer al entrar en una iglesia, es buscar con la mirada el lugar donde se reserva el Santísimo y hacer una genuflexión o una venia en esa dirección. No entraríamos en una casa sin saludar al dueño; aquí, el dueño es el mismo Dios que, además, está siempre a nuestra espera.
También, es preciso restaurar otra costumbre que va cayendo en desuso: la genuflexión o, al menos, la inclinación profunda, cada vez que se pasa frente al sagrario y no solo al entrar a la iglesia. ¡El Santísimo es infinitamente más importante que el altar, que las imágenes de los santos, que las personas con que nos encontramos, a las que no dejamos de saludar! Pero, además de una venia pasajera, lo ideal es ese “breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa” de que habla el Directorio.
En la segunda modalidad de adorar reseñada en el documento, se especifica que debe hacerse “según las normas litúrgicas”. En este punto, suelen darse algunos descuidos: dejar al Señor expuesto solo; no celar por el orden y la limpieza de los manteles y corporales; exponer o reservar la Hostia santa a las prisas, sin el cuidado y la ceremonia que pide un misterio tan augusto, etc. Otra cosa: estar más atento al teléfono celular o a los demás circunstantes que al Señor, realmente presente. Estas y otras irregularidades tienen que ser corregidas.
Por fin se nos dan subsidios excelentes para aprovechar el tiempo de adoración; tantas veces no sabemos cómo proceder y las distracciones nos asaltan. En primer lugar, la lectura de la Sagrada Escritura – los Evangelios, por ejemplo – Se nos habla de “cantos y oraciones adecuadas”, no cualquier rezo, lectura o música… Se sugieren los textos que componen la Liturgia de las Horas donde encontramos lecturas instructivas y salmos maravillosos. Se evoca la posibilidad de la oración silenciosa, pudiendo hacer con propiedad una comunión espiritual. El silencio es valioso, ayuda a concentrarse y es un signo de respeto no solo en relación al Santísimo, también a los demás presentes. Asimismo, se propone la meditación de los misterios del Rosario.
Este Directorio, de fácil puesta en práctica, debería haber sido más considerado de lo que fue o es. Para que el tiempo de adoración sea bendecido y fecundo, es cuestión de adquirir esos hábitos y de tomarles el gusto, porque en la adoración se da la cita más preciosa del día, de la semana ¡o de la vida!
A veces, la excusa para no ir al Santísimo es la “falta de tiempo”, siendo que solemos desperdiciarlo en cosas de importancia relativa. Gastemos, derrochemos, “perdamos” el tiempo junto a Él, es una inversión que solo puede redundar en beneficios personales, familiares y sociales. Y si no podemos ir presencialmente al Señor por las restricciones de la pandemia, volemos con la imaginación hacia algún sagrario y adorémosle a distancia en su Sacramento de amor.
P. Rafael Ibarguren EP