NUNCA ESTUVIMOS TAN RELACIONADOS, NUNCA NOS SENTIMOS TAN SOLOS
Nos encontramos
en el mundo de la inmediatez,
de estar pegados a una pantalla
y no mirarnos a los ojos.
¿Hasta dónde llegará esto?
“¡Niño, deja el videojuego de una vez, ya te lo dije tres veces!”, “¡Saquémonos una selfie!”, “¡Cuidado que vas a toparte con alguien por mirar el celular!”, “¡Filmemos el accidente!”, “Papá, deja el celular y mírame, ¡por favor!”, expresiones comunes en casas, oficinas o calles.
Nunca estuvimos tan relacionados unos con los otros, las notificaciones nos agobian, nos persigue a todo momento el sonido de aviso de llegada, estamos ansiosos de saber qué está pasando o excitados en comunicar a los otros qué estamos haciendo. Ya no sabemos vivir el momento…apenas lo registramos.
Si se suspende internet o WhatsApp, quedando las redes en “silencio”, ante la desconexión, sienten una terrible soledad… Cuesta estar quieto, sin hacer nada. Ya no se divaga más, no se observa el mundo que nos rodea, no se interactúa. Se desconfía del aburrimiento, pensando que agobiará, cosa que no es real, pues, muchas veces surgen de éste pensamientos e ideas de supremo interés. Muchas creatividades surgen de él.
Nos encontramos en el mundo de lo espontáneo, de la inmediatez, de la respuesta rápida, de sacar la foto en vez de apreciar el panorama, de filmar un accidente antes de tomar la actitud de ayuda, de estar pegados a una pantalla y no mirarnos a los ojos, de hablar con meras interjecciones, dejamos de escribir unas líneas optando por emoticones o figuras que representan la respuesta.
¿Hasta dónde llegará esto? Nuestro relacionamiento está tomado por los medios tecnológicos, ya no socializamos. Si hasta a niños de 2 años – papás poco avisados y nada vigilantes – les dan el “chupete electrónico”, para que pasen el dedo sobre una pantalla a todo momento, estáticos ante ella.
Pareciera que la “meta” sería crear un vínculo artificial entre el individuo y el aparato. Ya hay celulares o smartphones que interpretan las sensaciones de quien los tenga, clasifican sus ritmos de conducta habituales. Captan gestos faciales o entonaciones de voz, catalogando los momentos anímicos del usuario a lo largo del día. Con el tiempo se transformarían en una especie de extensión artificial del poseedor del aparato.
Otro aspecto de vinculación “hombre-máquina” – para dar uno de ellos -, ya está en muchas empresas o comercios, la asistencia virtual. Solicitando algo a un negocio o restaurante, no se logra identificar si el que responde es un ser humano. Todo automatizado, robotizado, des…humanizado
Hay los que se resisten a un relacionamiento dependiente de la tecnología, pero también hay los angustiados, sometidos a las redes sociales, que acaba siendo un ansiolítico para ellos.
¿Estamos pasando a otra era? Buena pregunta. Antiguamente a la naturaleza se la consideraba poseedora de efectos terapéuticos. Un proyecto sobre la felicidad midió emocionalmente a participantes durante años concluyendo que los hombres se sienten más felices al aire libre. Si bien que, un porcentaje mínimo se aprovecha de ella.
Hoy, celular en manos, la persona se comunica, estudia, trabaja, se entretiene. La señal está encima de uno en todo lugar, hay wifi hasta en los parques. Se vive un presente que elegantemente llaman de “virtual”, interactuamos apenas con los aparatitos, a través de una pantalla. Perdimos casi el uso de la palabra y de la mirada, la cambiamos por un rápido clic.
De expresarnos a través de una frase, hablada o escrita, pasamos a meras interjecciones, emoticones o un mero diseño. Clico y ahí está mi: “comunicativa respuesta”.
Inmediatez, vivimos lo inmediato. Todo veloz, no hay tiempo de pensar. Ya los “dueños” de las redes luchan por retener más tiempo al “cliente” en Youtube, Facebook, Instagram u otra red. Provocan efectos en las gentes que suscitan una experiencia sensitiva, en el “producto”, que es uno mismo. Hay un dinamismo en que siempre se precisa estar conectado, los “clientes” quedan presos a un engranaje. Hubo que reducir el tiempo real para retener. Llegamos al “Tik Tok” (15 segundos ampliados a 3 minutos), o al “Short” (45 segundos) o al “Reels” (15 segundos). Cortos y con un contenido vacío, y … millones de personas que entran en ellos.
No hay espacio en las personas para ver algo con calma, en su hogar o en su oficina, todo tiene que ser rápido, pues…ya viene otra cosa, suena otra notificación, entra otra foto o mini vídeo.
La industria tecnológica nos prometió, comunicación instantánea, amplia información, simplificar trabajos, estar entretenidos, vivir más y mejor, un futuro todo especial y nuevo para la humanidad. Ocurrió lo contrario. Relacionados como nunca en la historia de los hombres, quedamos manipulados por un “menú” práctico, atrayente, avasallador, que nos impulsa a estar hiperconectados, viviendo un presente ficticio. Corremos el riesgo de perder – si ya no muchos lo perdieron – el mirarnos a los ojos, intercambiar palabras, recibir la caricia de la madre, el abrazo entre esposos o de un amigo.
Ha disminuido la cercanía, el calor del relacionamiento, nos estamos deshumanizando, volviéndonos más homogéneos, robotizándonos, lo artificial va dominando – paso a paso – transformándonos en “zombis”.
Algunas actitudes a tomar que nos ayudarán: 1) Gobernar la tecnología y no dejarse esclavizar por ella. 2) Saber priorizar los momentos que dedicamos a ella (fuera de los horarios de trabajo o estudio obligatorio). 3) Recuperar el convivio con quienes nos rodean presencialmente, y no “virtualmente”, conversando cara a cara. 4) Vigilar el uso en niños y adolescentes menores.
Un himno de la liturgia de las horas dice: “Salí por la mañana entre los hombres, y encontré tantos ricos que eran pobres; tantos hombres maltrechos sin ilusiones”. Parafraseando podríamos decir: “Encontré tantos hombres, y mujeres, mirando una pantalla, ansiosos y maltrechos, sin relacionamiento humano”.
Quiera Dios, como decía San Juan Pablo II ante la creciente dificultad de comunicarse, ¡en el año 2002!, dado que: “no se consigue estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor”, se “introduzcan en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas, las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la de su Madre santísima”, a través del rezo del rosario en familia. Estando Jesús en el centro, se le comparten “alegrías y dolores, se ponen en sus manos las necesidades y proyectos, se obtienen la esperanza y la fuerza para el camino” (Rosarium Virginis Mariae, 41).
La Prensa Gráfica de El Salvador, 11-7-2021
P. Fernando Gioia, EP
Heraldos del Evangelio