El Santo Sacrificio de la Misa

El Santo Sacrificio de la Misa

Propongo hacer una “peregrinación” – con la mente, no caminando – por las diversas partes que componen la Misa.

Es necesario saber bien o redescubrir lo que es la Santa Misa. Ella sigue un itinerario admirable que los fieles deberían conocer mejor y acompañar con más atención para que su participación en ella sea fructuosa. Participación y no mera asistencia o presencia pasiva, porque se trata de un acontecimiento ordenado a la gloria a la Santísima Trinidad y al beneficio de los redimidos, especialmente de los que se reúnen para celebrarla, ministros y fieles.

Sabemos que la Misa es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, por lo que se rinde un culto a Dios de valor infinito y se obtiene para los fieles un bien preciosísimo ¿Puede concebirse el estar indiferente, distraído o impaciente en la celebración de tal misterio? A veces, por falta de conocimiento o por un irresponsable desinterés, esas incongruencias se dan.

El rito romano generalizado en Occidente sigue el siguiente camino:

Los Ritos Iniciales preparan para oír la Palabra y celebrar la Eucaristía.

Procesión de entrada: Llegamos al templo y nos disponemos jubilosos a celebrar el misterio central nuestra fe. Saludo inicial: Después de besar el altar y hacer la señal de la cruz, el sacerdote saluda a la asamblea reunida. Acto penitencial: Pedimos humildemente perdón al Señor por nuestras faltas. Gloria: alabamos a Dios, reconociendo su santidad, y nuestra contingencia. Oración / Colecta: Es la oración que el sacerdote, en nombre de todos, hace al Padre recogiendo las intenciones de la comunidad.

La Liturgia de la Palabra. Dios, que se nos da como alimento en su Palabra.

Primera lectura: En el Antiguo Testamento, Dios nos habla a través de la historia del pueblo de Israel y de sus profetas. Salmo: Meditamos al impulso de un salmo inspirado. Segunda lectura: En el Nuevo Testamento, Dios nos habla directamente a través de los Apóstoles. Evangelio: Es proclamado el misterio redentor de Cristo. Homilía: El celebrante explica la Palabra de Dios que no es teoría sino vida transformadora. Credo: Confesamos nuestra fe. Oración de los fieles: Pedimos por las necesidades que más apremian.

En La Liturgia de la Eucaristía llegamos al corazón de la Misa

Presentación de dones: El pan de trigo y el vino de la vid que se transformarán en el cuerpo y la sangre de Cristo. Se presentan también nuestras intenciones, vidas y anhelos. Prefacio: Oración de acción de gracias y alabanza a Dios, tres veces santo. Epíclesis: El celebrante extiende sus manos sobre las ofrendas e invoca al Espíritu Santo, para que por su acción se opere la transubstanciación. Consagración: El pan y el vino se transforman en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús. Aclamación: Loamos el misterio central de nuestra fe. Intercesión: Ofrecemos el sacrificio en comunión con toda la Iglesia, pidiendo por el Papa, los obispos, por los vivos y los difuntos. Doxología: El sacerdote ofrece al Padre el Cuerpo y la Sangre de Jesús en la unidad del Espíritu Santo dando a la Trinidad “todo honor y toda gloria” a lo que los fieles responden: “Amén”. Padre nuestro: Oramos al Padre como Jesús nos enseñó. Comunión: Los fieles se acercan a recibir el Pan de Vida. Oración de acción de gracias.

Los Ritos finales son la Bendición, despedida y envío: Alimentados con el pan de la Palabra y de la Eucaristía, retornamos a nuestras actividades, dispuestos a vivir lo que celebramos”.

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Aquí está expuesto en breves pinceladas un bendecido peregrinaje que se vive en la Misa, del cual se sale siempre enriquecido y al que se va por una necesidad más que por obligación… ¡que también lo es, el domingo, día del Señor!

La celebración de la Misa obedece a una liturgia establecida que parte de los tiempos apostólicos y llega hasta nuestros días, semejante en sus trazos esenciales, aunque con importantes diferencias accidentales en la treintena de ritos con que hoy es celebrada en los diversos países de Oriente y de Occidente. La liturgia latina comprende el rito romano con sus variantes ambrosiana (Milán), mozárabe (Toledo), bracarense (Braga), carmelita, cartuja y dominicana ¡Maravilloso patrimonio espiritual, teológico y cultural!

Como es sabido, en los comienzos la Eucaristía era celebrada durante una comida, siendo el ágape la reunión solemne por excelencia en las costumbres orientales; fue al concluir una Cena Pascual que el Señor instituyó el sacramento. Pero ya la Didaché, obra de la literatura cristiana del primer siglo, al referirse a la Eucaristía no menciona que se celebrase en el curso de una cena. Hacia el año 100, San Ignacio de Antioquía nos habla del carácter sacrificial de la Eucaristía celebrada en un altar. Y en el siglo II, San Justino, en su Discurso Eucarístico, expone la secuencia de la celebración como siendo fuera de una refección. En armonía con el tenor expiatorio de la Misa, la mesa doméstica dejó definitivamente lugar al altar, propio para ofrecer sacrificios.

Normas y rúbricas que constan en los Libros Litúrgicos rigen y tutelan la celebración de la Misa. Al sacerdote, la Iglesia le confía aquello que por su vez ha recibido. “La liturgia no puede ser tratada por el celebrante y por la comunidad como propiedad privada” (Ecclesia de Eucharistia, n° 52).

Lamentablemente, en esta materia no es raro encontrar ambigüedades y fantasías que desedifican al pueblo de Dios. Ignorar el valor de la Misa o desfigurarla en su celebración no es una menudencia. “Una sola Misa glorifica más a Dios que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, durante toda la eternidad” escribió el teólogo dominico Fray Antonio Royo Marín; tal es el valor de una Misa ¡de una sola Misa!

Algún despistado aún pretenderá que cumple el precepto dominical mirando la Misa en la televisión; eso es parte del triste legado que dejó el covid… que no termina de dejarnos. Pero, claro, la Misa televisada es un buen programa.

 

 

P. Rafael Ibarguren EP