UNA, SANTA, CATÓLICA, APOSTÓLICA Y … ROMANA
Jesucristo fundó una sola Iglesia: Santa, porque Dios altísimo es su autor. Católica, por su universalidad. Apostólica, por ser constituida sobre el fundamento de los apóstoles. Romana, porque el Papa está en Roma.
“Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré MI iglesia” (Mt 16,18). Nació así la Santa Iglesia, de manos del Divino Redentor, para conducir las almas. Le fue confiada una misión, más que a cualquier persona individualmente, quedando vinculada al ministerio petrino (de San Pedro Papa y sus sucesores), como brújula de la verdad, para la salvación de todos. La única fundada por Cristo Dios. Todas las otras iglesias y religiones han sido fundadas por los hombres.
Jesús fundó una institución y no comunidades sueltas de hombres que interpretan las Sagradas Escrituras a su forma, en un “libre examen” como proponía Lutero. Bien afirmaba San Agustín que: “La doctrina de Cristo, creciendo y desenvolviéndose, se mezcló con árboles buenos y con sarzas malas. La predicaron los buenos y la predicaron los malos… ambas cosas están mezcladas a la vista, mas la raíz las separa” (Obras BAC, XXVI, p. 37).
A lo largo de los siglos, como ya había sido previsto por su Fundador, la Iglesia sufre discusión y rechazos de las diversas herejías, errores y objeciones, que dieron lugar a corrientes cristianas de las más variadas que uno pueda imaginar.
En ese panorama histórico bien podemos decir que no hay formulación más clara para comprender dónde está: “el Camino y la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), como la conocida de todos y objetada por algunos -con argumentación confusa y poco convincente-, que exprese las características de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana. Según el Primer Concilio de Constantinopla (año 381), la Iglesia – tal como la fundó – tiene cuatro características, esenciales y exclusivas.
Están ellas en el Credo, o “credo romano” como lo llaman algunos despectivamente. Los símbolos o “profesiones de fe”, son fórmulas “articuladas con las que la Iglesia, desde sus orígenes, ha expresado sintéticamente la propia fe y la ha transmitido en un lenguaje común y normativo para todos los fieles” (Compendio Catecismo de la Iglesia, 33). El Símbolo de los Apóstoles y el Niceno-Constantinopolitano, son los más comunes a todas las Iglesias de Oriente y de Occidente. De su artículo: “Creo en la Santa Iglesia Católica”, nace la calificación de la verdadera Iglesia: Una, Santa, Católica y Apostólica.
Algunos “hermanos separados” – término caritativo con el que se califica a los cristianos de las variadas corrientes – confunden premeditadamente las características que la identifican. Profundicemos…
Es UNA …
No se debe confundir UNA con “unidad”. Jesucristo fundó una sola Iglesia: “habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10, 16).
Que Jesús haya incentivado a la “unidad” entre sus miembros, en la invitación a: “que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13, 34), no es lo mismo que decir que es UNA. Lo confirmaban, en el corrompido Imperio Romano, los propios paganos que decían: “ved como ellos se aman” (recordaba Tertuliano, Siglo II-III), pues nunca habían presenciado la caridad fraterna.
No por ser “elegido” se es santo, como afirman algunos protestantes, pues Judas, “elegido” fue, y acabó siendo traidor… y n0 santo.
Es UNA en su doctrina, en su gobierno, en sus sacramentos: “tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad” (Compendio CIC, 161). Por eso, categóricamente afirma el Catecismo, que: “La única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste en la Iglesia Católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él” (Ídem, 162).
Ahí sí que se da la unidad, que no existe en las corrientes “cristianas” divididas en innumerables denominaciones – se calcula que hay 2000 denominaciones protestantes (Oxford University Press World Christian Encyclopedia). Y, dentro de las mismas, no hay unidad de doctrina, ni continuidad de gobierno, ni una sola comunidad en el tiempo. En lo único que coinciden es en haberse separado de la verdadera doctrina de Cristo y de la autoridad del legítimo sucesor de San Pedro.
En la Iglesia Católica sí hay: unidad de fe y por lo tanto de doctrina, un mismo Credo desde hace dos mil años.
Es SANTA…
Surge de la santidad de su Fundador, Jesucristo: “Cristo amó a su iglesia. Se entregó a si mismo por ella”, para presentarla “santa e inmaculada” (Ef 5, 26). “Es SANTA porque Dios santísimo es su autor” (Compendio CIC, 165).
A sus miembros los eligió “para que sean santos” (Ef 1, 4). No es SANTA por la “santidad” de sus integrantes. Llegarán a ser santos, por la acción de la gracia, para cumplir los Mandamientos y practicar las virtudes en grado heroico. La Iglesia es SANTA para llevar a los hombres camino a la santificación. Que sean o no santos es otra cuestión. O sea, no reúne santos, sino que ayuda a que lleguen a serlo.
Es CATÓLICA…
Es decir, universal, calificativo de San Ignacio de Antioquía (Siglo II): “Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica”. Jesucristo fundó su Iglesia para todos los hombres y todos los tiempos: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).
Al ser la abierta a todos los hombres no tiene fronteras y se extiende a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, razas y clases sociales. Dios – en el decir de San Pablo (1 Tm 2, 4) – “quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.
Es APOSTÓLICA…
Por su origen, ya que fue constituida sobre el cimiento de los apóstoles (Ef 2, 20), también por su enseñanza que es la misma de los apóstoles y por su estructura, en cuanto instruida y gobernada por los Apóstoles, gracias a sus sucesores los obispos, en comunión con el sucesor de Pedro (Compendio, 174).
Al decir Jesús: “Estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20), supone que los Apóstoles tendrían que tener sucesores. A los primeros Doce, testigos escogidos de la Resurrección y cimientos de la Iglesia, les mandó predicar por todo el mundo: “predicad a todas las gentes” (Mt 28, 19), “id al mundo entero” (Mc 16, 15), “os envío yo” (Jn 20, 21), “quien a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 10, 16), e hizo de Pedro la piedra fundamental de su Iglesia, “apacienta mis ovejas” (Jn 21, 17).
Y ROMANA.
Porque el Papa está en Roma. Decía San Ambrosio: “Donde esté Pedro, allí está la Iglesia de Cristo”. Es a Pedro que Jesús hace de fundamento dándole una autoridad suprema, universal y plena: “todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el Cielo” (Mt 18, 18), “Te daré las llaves del reino de los cielos” (Mt 16, 19).
Concluyamos: cabe a cada uno de nosotros buscar, querer y amar la Iglesia como Nuestro Señor Jesucristo la quiso, como Ella es, y no como el demonio busca presentarla o como el mundo quiere que sea.
P. Fernando Gioia, EP
Heraldos del Evangelio