Los Árboles y el Agua: un “Matrimonio”, en pro del medio ambiente
Los árboles y el agua
viven un relacionamiento
esencial para la vida humana.
Es un verdadero “matrimonio”
en la naturaleza, en pro del medio ambiente.
Los árboles y el agua viven un relacionamiento esencial para la vida humana. Hay quienes califican esta colaboración mutua de “complicidad” pero, debemos decir, es un verdadero “matrimonio” en la naturaleza en pro del medio ambiente.
Los árboles, en su generosa amistad, absorbiendo el CO2 del aire son reservorio de carbono actuando como verdaderas máquinas de producción del oxígeno, nos regalan el aire que respiramos. Como aprendimos en el colegio -cuando había clases de botánica- lo que los árboles liberan es lo que inhalamos, o sea, función clave para nuestra existencia como seres humanos.
Pero no sólo desempeñan esta noble función, sino, también, son canales naturales de infiltración, como estrías o ranuras, para que las aguas de lluvia penetren en los subsuelos, conformando verdaderos manantiales de agua tierras abajo. Gracias a esta cooperación, como “piedra angular” para llegar a un buen fin, gozamos de un medioambiente saludable, dando lugar a una calidad de vida mejor.
Sus atribuciones son extraordinarias: proporcionan sombra, enfrían el clima local, capturan dióxido de carbono del aire, proveen numerosos bienes y servicios, en la variedad de sus especies, atendiendo diferentes necesidades y condiciones.
Además del oxígeno – actuando como “pulmones verdes” – con el cual purifican el aire, captan el agua para los mantos acuíferos, forman suelos fértiles y evitan la erosión, nos conceden la bondad de su madera, en algunos casos de especial belleza, y hacen maravillar nuestros ojos con sus floraciones de variadas formas y colores, hermoseando el paisaje.
Nos ofrecen sombra y nos dan frutos. Como verdaderos refugios de la fauna, proporcionan hábitat para gran cantidad de especies y alimento con sus frutos y hojas. Los hay, y muchos, productores de numerosas medicinas. Es decir, son imprescindibles, en sus funciones, para nuestra existencia y de los animales silvestres.
La plantación de árboles frutales, por su lado, proporciona gran cantidad de alimento de sus frutos y de los productos que se derivan de ellos como la resina, el corcho o la madera, que es uno de los materiales más utilizados para la de construcción.
Más aún, cuántos lugares o microclimas agradables al cuerpo y al alma nos conceden. Poseen un efecto termorregulador, al captar la luz del sol y dar sombra, protegiendo la tierra, la fauna, la flora inferior y al hombre de los efectos dañinos del impacto directo de los rayos solares, es decir, un beneficio para la salud. Al reducir el recalentamiento del suelo, evitan un alto porcentaje de evaporación. Conservan así, y enriquecen, los nacimientos de agua.
El agua, bien sabemos, se encuentra en los bosques y no en los desiertos. Siendo la lluvia su principal fuente de abastecimiento, la copa del árbol, flexible y diseñada para atraparla, al deslizarse en hojas, ramas y tronco llega al suelo. Al amortiguarse el impacto de la lluvia se evita la erosión y protege al suelo superficial favoreciendo la recarga de las fuentes subterráneas.
El agua es fundamento de vida: crucial para la humanidad y el resto de los seres vivos. Nuestros ríos y lagos, nuestras aguas marinas y subterráneas, constituyen valiosos recursos que es preciso proteger. No es un mero producto de consumo, es un recurso natural esencial, pues, sin agua, no puede haber vida.
¡Cuántas razones para comprender y ayudar a la “hermana naturaleza”! Una de las principales es entender la importancia de la necesidad de la reforestación, de repoblar el territorio nacional con árboles. Lo ideal, será siempre, que sean especies autóctonas, aunque también pueden traerse de otros lugares. Sembrar en tierras que hayan sufrido la deforestación tiene un efecto positivo, por la mejora ambiental y de los recursos naturales. Seremos así, colaboradores indirectos de la captación de las aguas de lluvia. Si no reforestamos, este don que nos llega del cielo se va en escorrentías, erosionando, empobreciendo, destruyendo a través de las inundaciones. La erosión es considerada como el cáncer de la tierra.
Pero no es la única cualidad concedida por Dios en la creación a los árboles. En diversos momentos del año somos impactados, por más insensibles que seamos, con la belleza de la floración de un maquilishuat -nuestra flor nacional- con sus colores morados, blancos o rosados; o de un jacaranda con sus ramos morados; o del fuerte y compacto amarillo del cortés blanco; o el rojizo que nos enamora de la llama del bosque. Esto sin dejar de considerar los árboles de vistoso follaje que contrastan con sus variadas hojas y tonalidades de verdes, con los impactantes colores de los árboles floridos.
Se trata también de forestar, teniendo en consideración lugares que claman por árboles, por sombra, por belleza en sus variados colores.
Es precisamente, en el proyecto del Centro Mariano en honra a Nuestra Señora de Fátima de los Heraldos del Evangelio, el plan de forestación que ciertamente llegará a mil árboles, de tamaño mediano, en el espacio de once manzanas. Ya están siendo plantados para proteger y embellecer al mismo tiempo, donde no había árboles, pues era un terreno agrícola dedicado a usos no forestales. El lugar pedía árboles con insistencia.
Los fieles devotos de María Santísima, en su advocación de Nuestra Señor de Fátima, llegarán así a un “oasis” natural y espiritual, lleno de recogimiento y de oración, en el históricamente llamado Valle del Ángel, dónde, ciertamente, tal vez el Ángel protector de El Salvador, recorría -y aún recorre- esos lugares.
P. Fernando Gioia, EP
Heraldos del Evangelio