Cuaresma:
PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN
Y PRÁCTICA PERFECTA DE LA VIDA
CRISTIANA
En estos momentos, en que la civilización material
nos deslumbra, y el deseo de disfrutar la vida
se despierta en nosotros,
nada mejor que entrar en el camino cuaresmal,
pidiendo a Cristo Jesús, por la mediación de
Su Santísima Madre, la Virgen María,
que penetre en nuestros corazones
y nos transforme.
Este miércoles de Ceniza comienza el llamado tiempo de Cuaresma, ese peregrinar de cuarenta días que nos orienta hacia el momento auge del Triduo Pascual de Semana Santa, acompañando a Jesús camino a Jerusalén para cumplir el Misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección, corazón del misterio de nuestra salvación. La celebración de la Pascua del Señor, que es la fiesta primordial del año litúrgico, es un dejar que la Palabra de Dios penetre en nuestras vidas, es un preguntarnos: de dónde venimos, quiénes somos, cuál es el sendero que hay que tomar en la vida.
Un camino con la característica personal de compromiso de combate espiritual frente al mal que nos rodea, queriendo contaminar a cada uno de nosotros. Nos pide luchar contra sus efectos, pero, sobre todo: “contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás” (Benedicto XVI, 10-2-2008)
Cuarenta días que evocan los grandes acontecimientos ocurridos en la historia de la Sagrada Escritura: los cuarenta días del diluvio universal que concluyen con al pacto de la Alianza de Dios con Noé; los cuarenta días de Moisés en el Monte Sinaí, donde recibiera las Tablas de la Ley; los cuarenta días de Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb; los cuarenta días que Jesús pasó en la soledad del desierto, ayunando, rezando, siendo tentado antes de comenzar su vida pública.
Este período de penitencia, por su duración, recibió el nombre de Cuadragésima o Cuaresma, comenzando el Miércoles de Ceniza -–que es día de ayuno y abstinencia – y, en su recorrido, en todos los viernes se observa la abstinencia de carne, concluye en la mañana del Jueves Santo con la Misa Crismal que el Obispo celebra con sus presbíteros.
Es momento, también, de redescubrir la gracia de nuestro Bautismo y, más aún, acercarnos al sacramento de la Reconciliación, confesándonos, y haciendo un serio compromiso de conversión, cambio de vida y de mentalidad; experimentando, como nunca, el amor misericordioso de Jesús, Dios Nuestro Señor. Conversión, penitencia, cambio de mentalidad y de corazón.
El Concilio Vaticano II ha señalado que la Cuaresma posee una doble dimensión, bautismal y penitencial, y ha subrayado su carácter de tiempo de preparación para la Pascua en un clima “más intensamente entregados a oír la Palabra de Dios y a la oración”, fomentando la práctica penitencial, “que no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social” (SC 109).
Como bien decía el Papa san León Magno (390-461), el itinerario cuaresmal es: “un retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro al desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”.
Comienza con el especial signo de penitencia, que encontramos muy presente en la Biblia. El pueblo elegido de Israel, cuando se consideraba en pecado, o cuando querían prepararse para eventos de gran importancia, se cubrían de cenizas y se vestían con una tela áspera, en señal de purificación (Jdt 4, 11; Jer 6, 26).
En la Iglesia de los primeros tiempos, con los penitentes “públicos”, se realizaba un rito de reconciliación el Jueves Santo, aproximándose la Pascua. Se vestían de hábitos penitenciales, y ellos mismos imponían cenizas en sus cabezas en público para expresar su conversión. Hacia el siglo XI desapareció este gesto, pero la Santa Iglesia lo conservó para todos los cristianos que se reconociesen pecadores, dispuestos a caminar en pro de su conversión durante la cuaresma.
Así fue, que con cenizas hechas de ramos de olivos o de palmas bendecidos el Domingo de Ramos del año anterior, continuó la Iglesia con la antigua costumbre a partir del siglo XII. De los ramos que fue fueron agitados en señal de victoria y de triunfo rememorando la entrada de Jesús en Jerusalén, ahora serán usadas sus cenizas como símbolo penitencial.
En su sencillez, el rito de la recepción de la ceniza, invita a los fieles cristianos a prepararse para el Misterio Pascual; el sacerdote, signando una cruz en la frente o colocando ceniza sobre sus cabezas, expresa alguna de las fórmulas: Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás (Gn 3, 19), proclamando que de un momento para otro podemos ser llevados por la muerte y retornar al polvo, o Conviértete y cree en el Evangelio (Mc 1, 15), como la muerte del hombre viejo y el aparecer del hombre nuevo. Lo que el propio apóstol San Pablo incentiva a que “nos reconciliemos con Dios” (2Cor 5,20).
Eran tiempos en que la comunidad cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior, conscientes de que no tenían fuerzas por sí propios, y que era el propio Dios que, por una gracia especial, los convertía. Hoy, cuando miramos nuestro entorno vemos, tristemente, cuántos católicos, que fueron bautizados, con el correr de los años, por la influencia del ambiente, fueron perdiendo la fe. Nos hace recordar la parábola del sembrador: “en cuanto escuchan la palabra, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos” (Mc 4, 15). Perdieron la Fe por culpa propia, porque nadie la pierde sin su propia culpa.
La han ido perdiendo por la influencia deletérea de incalculable número de publicaciones impías, destacadamente las basuras que entran a través de las llamadas “redes” sociales. Es ahí que comprendemos la razón de la crisis moral que corroe el mundo que nos ha tocado vivir, en la familia, en las relaciones sociales, hasta dentro de los ambientes católicos. Recursos psicológicos que oscurecen progresivamente, en el hombre de hoy, el discernimiento entre el bien y el mal. Como una ofensiva, ordenada, extensa e ingeniosa. Ya decía, ¡en el año 1947!, el profesor Plinio Corrêa de Oliveira, gran pensador católico brasileño del siglo pasado: “Diariamente, las instituciones, las costumbres, el arte, se van descristianizando, indicio de que el propio mundo va perdiendo a Dios”.
Se ha ido constituyendo, en el decir de Benedicto XVI: “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos” (18-4-2005), quedando ante nuestros ojos un panorama que nos asusta: la negación de la gravedad y del concepto mismo de pecado, no sólo admitido sino glorificado y, por otro lado, la virtud despreciada y perseguida.
En estos momentos en que la civilización materialista nos deslumbra, el deseo de disfrutar de la vida se despierta en nosotros y nos es difícil cualquier esfuerzo para desprendernos de estas ataduras del demonio, del mundo y de la carne, nada mejor que entrar en el camino cuaresmal, pidiendo a Cristo Jesús, por la mediación omnipotente de Su Santísima Madre, la Virgen María, que penetre en nuestros corazones y nos transforme.
La Prensa Gráfica, 14 de febrero de 2024.
P. Fernando Gioia, EP.
Heraldos del Evangelio.