En Roma celebrando la Eucaristía
Antes de partir al Padre quiso el Señor dejar instituido dos grandes realidades que constituyen, por así decir, la originalidad del cristianismo: el Pan del cielo y el Primado de Pedro. Y para hacer posible el uno y el otro, instituyó también ese eslabón bendito que es el sacerdocio ministerial.
Muchas otras cosas –palabras, signos, misterios- pautaron la vida de Jesús y se inmortalizan atravesando los siglos en el depósito de la Iglesia que fecunda con su savia la vida sobrenatural de los fieles. Pero la Eucaristía y el Papado son dos soles que fulguran con especial brillo, destellando todo lo nuevo, lo antiguo y lo eterno que reside en el Corazón de Jesús y que permanece latiendo en la Iglesia hasta el fin del mundo.
Así como es inconcebible una Iglesia sin la Eucaristía, así también, y por análogas razones, no es posible pensar en una Iglesia sin el Sumo Pontificado. Una y otro son sacramentos de la presencia divina. Presencia de unidad y de comunión.
¿Cómo figurar una comunidad cristiana sin la Eucaristía? Tanto la conversión como la perseverancia de los fieles pasan por el canal necesario de este sacramento que es origen, meta y centro de la vida cristiana. ¿Y cómo concebir una Iglesia sin las columnas de los Apóstoles –y de sus sucesores los Obispos- que se armonizan en la sumisión, dulce y disciplinada, al Príncipe del Colegio apostólico?
Roma ha constituido siempre, tanto en la antigüedad como en la era cristiana, un punto de referencia. Con glorias y también con lagunas, ya sea en el dominio temporal como en el espiritual, ha escrito páginas de santidad, de cultura, de ciencia o de simple organización que son escuela incontestable.
Los Papas, césares cristianos, constituyen una galería venerable de personajes que han servido sin interrupción a la causa del bien, del derecho y de la justicia; y ese testimonio se perpetúa y se agiganta en el mundo neo pagano de este comienzo de milenio con el ministerio de Benedicto XVI. La voz y el testimonio del Papa son luz y ánimo para todo el mundo, creyentes o no. La reciente visita de Estado y Apostólica a Inglaterra nos da de eso una prueba, como nos lo dan todo el accionar de su pontificado. Desde su sólido y plácido trono en la Ciudad Eterna o viajando fuera de Roma como embajador de la verdad y de la paz, el Papa hace presente ante los hombres al Dios invisible… ¡que hasta se oculta en el sacramento de su presencia real!
En este mes, Roma verá un acontecimiento que unirá a los fieles en torno de su Pastor bajo esta doble presencia: Cristo cabeza, realmente presente en la Hostia consagrada, y Cristo embajador, representado por el Papa, “Dulce Cristo en la Tierra”, como llamaba al sucesor de Pedro la Santa Doctora de Siena.
En efecto, se celebran en noviembre los 200 años de la Adoración Nocturna en Roma. Un acontecimiento que será festejado con actividades, presididas por importantes miembros de la Jerarquía eclesiástica en históricas basílicas romanas. Los adoradores que de diversas partes del mundo se darán cita en Roma podrán asistir a la audiencia pública del miércoles 17 en que el Santo Padre les bendecirá paternalmente. Un bien logrado programa de cuatro días, en que por las mañanas se podrán visitar lugares significativos de Roma, unirá por las tardes a los adoradores en torno de temas eucarísticos: Eucaristías, ponencias y momentos de adoración. Nuestra Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia, Asociación de Derecho Pontificio, está a cargo de la organización y desarrollo del programa.
Los que participaren de estos eventos, habrán conocido mejor y, sobretodo, amado más, a Cristo que vive en su Iglesia y de modo particular en el sacramento del Amor.
Es que no queremos otra cosa: aumentar el amor y el conocimiento de Dios, recordando que para las cosas sobrenaturales, el amor precede al conocimiento. Nos lo enseña el Santo Padre Pío cuando dice “Las cosas humanas necesitan ser conocidas para ser amadas; las cosas divinas necesitan ser amadas para ser conocidas”.
Estar en Roma para celebrar los 200 años de adoración nocturna en la ciudad, será un regalo para el alma y para el cuerpo. ¡Qué honor estar allí mismo donde Pedro fue martirizado y continúa a reinar, y donde Cristo es perpetuamente glorificado y comido por los pobres, los siervos y los humildes!
Managua, Nicaragua, noviembre de 2010.
P. Rafael Ibarguren EP