La Eucaristía en la historia de la Salvación
Los tiempos del Año Litúrgico se suceden en nuestra Iglesia con la majestad y la sencillez propias de las cosas santas. La luz de la fe, ese don que nos es infundido en el bautismo y que se nutre de la vida divina, impregna el misterio cristiano y lo hace accesible y encantador a lo largo de los ciclos del tiempo litúrgico. Ahora estamos en pleno tiempo pascual. Pascua, como se sabe, es paso; es pasar de la esclavitud a la libertad como lo hicieron los judíos desde Egipto a la tierra prometida; es pasar de la muerte a la vida, como lo hizo Cristo desde la noche del sepulcro al triunfo glorioso de la resurrección.
En realidad, la vida de los fieles es una permanente Pascua. En la Eucaristía, que está en el corazón de la Iglesia, celebramos a diario en misterio pascual del Cristo total: cabeza y miembros. El hecho trascendental de la muerte y resurrección de Cristo es el único acontecimiento de la historia que no pasa, que permanece siempre.
Hay una conocida expresión de la terminología catequética que es muy decidora, ella debería de ser comprendida y manejada por la totalidad de los fieles: es lo que llamamos historia salutis, La Historia de la Salvación. ¿Qué es, qué significa la historia de la salvación? Este concepto religioso básico, que tiene como fondo de cuadro los dos testamentos, se puede explicitar en una regla que para los cristianos es un axioma: por un hombre nos vino el pecado y la muerte (el “hombre viejo”, Adán); por un hombre nos vino también la redención y la vida. Es el Hombre Nuevo, Jesucristo, nuestro Redentor.
Así siendo, la historia de la salvación atraviesa los anales mismos de la humanidad desde sus orígenes; es la historia de la creación, es la historia de todas y de cada una de las personas. Es por antonomasia la historia de Cristo muerto y resucitado, pero es también mi historia intimísima, puesto que Cristo es prefigura, modelo y meta de todo hombre.
¿Y la Eucaristía en todo esto? Pues ella es el hilo conductor de la dicha Historia de la Salvación. Nos explica esa verdad de manera magistral Fray Ranniero Cantalamessa, Predicador Pontificio en uno de sus escritos (“La parola e la vita” Roma, 1996). La Eucaristía está presente de tres maneras a lo largo de las etapas de la historia de la salvación. En primer lugar está presente como “figura” en el Antiguo Testamento; como “acontecimiento” en el Nuevo Testamento y, finalmente, como “sacramento” en la vida de la Iglesia. Y esto, hasta el fin de los tiempos.
Ya en el Génesis, en el llamado “protoevangelio”, constatada la caída del primer hombre, se nos promete la salvación al declarar Dios a la serpiente que pondrá enemistades entre ella y la mujer, entre su descendencia y la de aquella. ¿Qué Mujer es esta y de qué descendencia se trata? Pues las referencias son a María y a Jesús. María, la madre de Dios hecho hombre. Ella dio la carne, el cuerpo, a su hijo Jesús; ese cuerpo que adoramos en la Eucaristía y que solo cesará su presencia en el mundo cuando éste se acabe, puesto que la Iglesia, que vive de la Eucaristía, tiene promesa de inmortalidad.
Como se sabe, “eucaristía” en griego significa “acción de gracias”. La Presencia Real de Cristo no es otra cosa: es un himno de gratitud permanente de un Dios a Sí mismo, pero también de toda la humanidad, de toda la historia, de toda la creación visible e invisible. La Eucaristía es el Dios inconmensurable hecho a mi medida; no a la medida de mi racionalidad –a pesar de que acepto las razones del misterio- sino a la medida del anhelo insaciable de eternidad que me invade.
La Eucaristía es el hilo de oro que liga el paraíso perdido con los cielos y la tierra nuevos que llegarán para nunca más dejarnos. ¡Qué grandioso es el panorama dentro del cual estoy inmerso! Que María, Trono de la Sabiduría, haga entrañable esta vivencia en mi vida.
1 de mayo de 2011.- San Miguel de Sucumbíos, Ecuador
P. Rafael Ibarguren EP