La Eucaristía tomada en serio.
El sacramento de la Eucaristía instituido en el Cenáculo es un milagro originalísimo que hace a Cristo renovar permanentemente su inmolación por nosotros, lo hace estar dentro de nosotros en una unión inefable y además lo hace estar en medio de nosotros, conviviendo y haciendo de ese contacto sus delicias. Él se da, se une y se queda familiarmente en nuestra relación ¿Qué religión, qué filosofía, qué praxis, por prodigiosa o consoladora que pueda ser, ofrece estas garantías de amor, de proximidad y de unión? Sabemos que la ley básica del amor es estar juntos, mirarse y apreciarse, vivir el uno por el otro. El amor no se contenta con la presencia, quiere la unión, la fusión. Y esto se logra al pie de la letra con la Eucaristía que es inmolación, presencia y alimento.
Si esto es así, resulta inconcebible que un bautizado, un hijo de Dios, llegue a subestimar, cuando no a ignorar, este sacramento. ¡Que desolador es ver tabernáculos abandonados, exposiciones del Santísimo vacías de fieles o casi tanto, Misas sin participación! Es lo que a menudo se constata tantas veces en nuestras iglesias. Triste ignorancia, sutil forma de apostasía.
Iniciando un nuevo año, volvamos a lo esencial y organicemos nuestra vida en función de lo que vale la pena, de lo que verdaderamente puede hacernos felices. La apetencia de la bienaventuranza es una aspiración y una necesidad psicológica que no nos dejará nunca. No hay quién no quiera ser feliz. Podremos adormecer o silenciar esa inclinación vital o violentarla anteponiendo ídolos o substitutos que nos satisfagan parcialmente. Pero lo cierto es que siempre en nuestro interior una voz reclamará la realización de la felicidad y no habrá paz mientras no se la logre plenamente. Hemos sido creados y constituidos así, seres ansiosos e insaciables de dicha… ¡y de dicha eterna!
Muchas cosas creadas nos traen contento y felicidad, pero no de forma perfecta y acabada. La felicidad consumada solo la ofrece y la pone a nuestro alcance el mismo Dios, felicidad esencial.
Pero resulta que Dios no es un ser lejano, ajeno a nuestra naturaleza y desconocedor de la situación mortal a que estamos sometidos. Nuestro Dios se hizo hombre, se hizo niño, se hizo siervo… se hizo pecado (2 Cor. 5, 21). Y se encarnó y quedó en medio de nosotros, como hemos dicho y como lo enseña la fe revelada, para salvarnos mediante esa unión, siendo alimento y a la vez compañero de camino.
Hay un acontecimiento permanente que vale infinitamente más que si hay guerra en Corea o en Irak, si Obama pierde o gana popularidad o si la naturaleza se degrada por la inconciencia de los hombres. Todo esto importa, sí. Pero es que a cada momento, sin que por el espacio de un segundo eso deje de ser realidad, Cristo en algún lugar del mundo se inmola por nosotros durante la celebración de la Misa; se da en alimento cada vez que un fiel lo recibe en el sacramento de la comunión, y entre nosotros permanece –ya sea en el tabernáculo, sobre el altar o en la custodia- incansablemente, casi diríamos porfiadamente, a nuestra espera ¡He ahí el acontecimiento por excelencia!
Comienza, pues, un nuevo año, y, con él, se ponen en marcha tantos proyectos, ilusiones y afanes. También los temores nos asaltan, y con razón. Con la ayuda de la gracia divina debemos dar este paso: vivir al lado de Jesús dándole un lugar a nuestro lado. Jesús presente no puede pasar desapercibido.
Si llegásemos a comprender intelectivamente esta verdad, ya sería un paso enorme. Pero no se trata de una teoría o de una idea desencarnada que podamos aprender y, eventualmente, trasmitir. Es una exigencia vital de nuestra vida de fe, esperanza y caridad que, forzosamente, a través del testimonio de vida se hará mensaje y modelo para los demás.
Que el Señor hecho pan, por la mediación de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, nos haga comprender, amar y vivir esta verdad. La de que Dios se hace hombre para hacernos dioses a los hombres, para divinizarnos. Nuestra deificación se opera en la medida en que intensifiquemos la relación con la Sagrada Eucaristía, prenda de vida eterna.
Pero ¡esta meditación es más o menos afín a tantas otras sobre el mismo tema que hemos leído y aprendido hasta la saciedad! Respuesta: precisamente de eso se trata: de volver a lo de siempre y de vivir como pienso, para no caer en la incongruencia de acabar pensando como vivo, es decir, de ir perdiendo la fe por falta de ejercitarla ¿No es lo que sucede con la inmensa mayoría de los bautizados?
San Miguel de Sucumbíos, Ecuador. 1 de enero de 2011.
P. Rafael Ibarguren EP