Por, con y en nosotros
“Por Cristo, con Él y en Él”, es la doxología que el sacerdote proclama al concluir la plegaria Eucarística, levantando las especies consagradas sobre todas las cosas de la tierra. Es el ofrecimiento de la Víctima perfecta al Padre en el Espíritu Santo. Homenaje trinitario que la Iglesia militante rinde a su Dios en el momento de renovar el sacrificio del Calvario.
Nada de más sublime y trascendente: la segunda Persona de la Santísima Trinidad realmente presente, inmolada y resucitada, se ofrece una vez más -y siempre- al Padre por la fuerza del Paráclito. El gesto del sacerdote y la aclamación del pueblo son un ícono perfecto del culto supremo que es debido y tributado a Dios.
Estableciendo una analogía, podemos aplicar en otra dimensión esas tres preposiciones (por, con y en), esta vez no referidas a Dios sino –aunque parezca temerario- a la creatura, al hombre: Cristo por nosotros, Cristo con nosotros y Cristo en nosotros. Y aquí nos deparamos con el maravilloso “culto” que el Dios humanado rinde a nuestra pobre condición mortal a través del misterio Eucarístico.
Por nosotros, Cristo se inmola en la Cruz y renueva a diario su sacrificio para el bien de la humanidad redimida. “Este es mi cuerpo que será entregado por vosotros”, “esta es la sangre de la nueva alianza que será derramada por vosotros”. Él se encarnó, padeció, murió y resucitó por nosotros.
Con nosotros, es Cristo presente en la Hostia santa -ya sea sobre el altar, en el Sagrario o en el ostensorio- para estar junto a los hombres; Él hace sus delicias estando con sus hermanos, con sus amigos. “Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Es su presencia real y adorable siempre a la espera de ese encuentro personal y permanentemente dispuesta a beneficiarnos.
En nosotros, es Cristo que se ofrece en el banquete y se da en alimento. Comulgamos y recibimos a Nuestro Señor Sacramentado que pasa estar en nosotros a punto de fundirse con nuestra naturaleza y de asumirnos hasta divinizarnos. Esto es lo que sucede cuando recibimos la Comunión, cuando comemos a Dios.
Estas tres etapas o momentos de la relación nuestra con Dios corresponden respectivamente a la celebración de la Misa, a la adoración Eucarística y a la recepción de la Comunión.
¡Qué bueno sería que cada día, o al menos cada domingo, pudiéramos unirnos al sacerdote celebrando a Cristo y ofreciéndolo al Padre en el Espíritu y, al mismo tiempo, beneficiarnos de su Sacrificio adorándolo, ya fuera, ya dentro de nosotros!
Adorador nocturno, diurno, esporádico u ocasional: ¡Jesús se inmola por ti, quiere tu compañía y desea entrar en tu pecho!
1 de agosto de 2011.- Sao Paulo, Brasil
P. Rafael Ibarguren EP