¿Quién tiene la última palabra?
Antes de nada, un saludo y ¡felices Pascuas de Resurrección!
En nuestros días, los acontecimientos más diversos y graves se suceden estrepitosamente sin que las personas tengan tiempo de digerirlos. Algunos resultan inopinados, otros trágicamente previsibles. El desánimo, el desencanto, cuando no, el desinterés, suele ser la respuesta que en general dan los hombres a esos aconteceres.
Otrora se valoraba la tradición que servía de guía para abrir sendas de futuro. En los albores del siglo XX, se apostó con frenesí en el ingenio humano y en los progresos de la técnica; se creía traerían la solución de los problemas. Pero resultó que el remedio tan ansiado no solo no curó los males, sino que, en buena medida, los multiplicó. Sobre esto, escribió sabiamente Benedicto XVI: “La ambigüedad del progreso se hace evidente. Sin duda, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre abrumadoras posibilidades malignas que antes no existían. Todos hemos sido testigos de la manera en que el progreso, en manos equivocadas, puede llegar a ser y se ha convertido en un aterrador progreso en el mal. Si el progreso técnico no se corresponde con el progreso correspondiente en la formación ética del hombre, en el crecimiento interno del hombre, entonces no es un progreso, sino una amenaza para el hombre y para el mundo”. (Encíclica Spe salvi, n° 22).
Hoy, para muchos, apenas cuenta el presente como él es, crudamente, sin esperanza de cambio. Se trata de ir “sobreviviendo”, sin un pensamiento coherente, en el marco de una “religión light” que no comporte mayores compromisos. Se diría que sonó la hora de renunciar a las ideas, a la moral, a las ceremonias, para dar paso al relativismo y a la espontaneidad.
Este diagnóstico puede parecer demasiado pesimista, y la verdad es que tiene algo de ello. Para que el análisis crítico pueda ser juicioso, faltaría considerar otro dato importantísimo de la situación: la respuesta de Dios. Una vez que el Creador existe – y ¡cuánto convenimos en eso! — ¿cómo no contar con Él?
Ahora, en una sociedad tan arbitraria y cambiante tal que la nuestra, hay algo seguro que permanece: el Santísimo Sacramento. Es así desde los tiempos apostólicos, así será hasta el fin del mudo. La Iglesia inmortal, sobre la cual no prevalecen las puertas del Infierno, vive de la Eucaristía, ese alimento substancial que da la vida divina y que es fuente constante de gracias.
Así siendo, mientras haya en este valle de lágrimas un sacerdote que consagre el pan y el vino, y fieles que adoren a Jesús en la Hostia santa, todo se puede esperar. Sí, todo: las regeneraciones más extraordinarias y los beneficios menos imaginables por cálculos humanos.
Al considerar la realidad contemporánea en profundidad, hay que verla como una moneda de dos caras. Una cara es esa crisis patente y omnímoda que apuntamos. La otra, es la que se esconde en los sagrarios, en las almas eucarísticas, en los “tiempos” providenciales de Dios que suelen tardar, pero acaban llegando (Dios es está fuera del tiempo, de ahí las comillas).
Dos pequeñas noticias recientes nos hablan de esa “realidad escondida”, llamémosla así; fueron publicadas en el n. 266 de la revista Heraldos del Evangelio del pasado mes de febrero.
“A pesar de la fuerte secularización, el número de los devotos de la Adoración Nocturna de la ciudad de Barcelona no para de crecer. En 2023 fueron admitidos setenta nuevos miembros, em buena parte jóvenes, durante la ceremonia anual ocurrida en la Parroquia Santa Teresita. Actualmente hay más de 350 fieles inscritos para adorar el Santísimo Sacramento en la ciudad, renunciando a algunas horas de sueño para cubrir los horarios de la vigilia que se prolonga de las 22:00 horas las 6:00, todas las noches del año. Al incremento de adoradores sumase el aumento de capillas de Adoración Perpetua en la región, que en los últimos años paso de una para diez”.
Y ahora, la otra noticia: “Una pesquisa realizada por el diario católico “La Croix” entre seminaristas franceses reveló que la concepción del ministerio sacerdotal de estos futuros clérigos difiere mucho de los padrones comúnmente aplicados a la juventud contemporánea. De los 434 seminaristas que participaron de la encuesta, 72% provienen de familias que frecuentan la Misa dominical y 61% consideran que la familia es el núcleo principal para la transmisión de la fe. De hecho, para 36% deles la vocación se delineó antes de los diez años de edad, y la figura de los padres fue importante para aceptar el llamado divino em 62% de los casos (…)”. Cuanto al futuro sacerdocio, 73% dos seminaristas tienen la intención de usar sotana regularmente, 48% planean vestirla de modo habitual, y 70% quieren hacer de la celebración de los Sagrados Misterios y de los Sacramentos el centro de su vida pastoral (…)”.
Estas informaciones no son sin interés ni se trata casos aislados, son hechos sintomáticos. El mal es dinámico y mañoso, más no tiene la última palabra. El bien, en cambio, es difusivo y cuenta con la ayuda de la omnipotente gracia divina. ¿Quién lleva las de ganar? Es enorme la fecundidad de beneficios que anidan, por ejemplo, en esos seminaristas franceses o en los adoradores catalanes que perseveran en sus compromisos con el Señor; son chispas propias a desencadenar un incendio. Pero esto es decir poco.
Porque, en definitiva, no será solo por el mérito de algunos clérigos o laicos de este o de aquel país que nos vendrá la salvación… aunque Dios se sirve de causas segundas como instrumentos providenciales; habrá instrumentos, más la salvación nos vendrá de una fuente sobrenatural: los Corazones de Jesús y de María que pulsan al unísono. “Por fin, mi Inmaculado Corazón Triunfará”, dijo la Virgen en Fátima.
De ese triunfo venidero son precursores los apóstoles eucarísticos que testimonian su fe sin respeto humano, orando y trabajando para alterar el rumbo de la historia, convencidos de la enseñanza de San Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Flp 4, 13). Sí, todo.
Mairiporá, abril de 2024.
P. Rafael Ibarguren EP