Perdón Señor, perdón
Aunque ya inmersos en el tiempo gozoso de la Pascua, cabe una meditación y una oración reparadora.
No es raro encontrar entre las noticias que leemos o que vemos a diario, atentados blasfemos contra sagrarios, robos de custodias u otros objetos sagrados ligados al culto. En último análisis, se trata de sacrilegios que atentan contra el sacramento de la Eucaristía. Ha habido en lo que va del año, profanaciones y robos perpetrados en iglesias o capillas de España, Colombia, Argentina, Siria, Alemania, Cuba, Paraguay, Venezuela, Ecuador, etc. ¡La lista es grande!
Naturalmente, las parroquias organizan desagravios y se procura punir a los culpables con el peso de la ley. Pero no se diría que, ante el espanto y como consecuencia del crimen, el fervor de los católicos se afirme y crezca en esos lugares. Es muy triste, pero hay que reconocer que es así. Es que esos actos vandálicos son la punta de un iceberg que se llama indiferencia o tibieza.
Para los bautizados creyentes y practicantes es un hecho incontestable que Cristo Jesús está presente en el Santísimo Sacramento; esa es una verdad de fe que no se contesta. Sin embargo, a menudo se deja al Santísimo Sacramento totalmente abandonado. Hay que decir que la sed eucarística no campea entre muchos fieles que ni comulgan ni ponen en orden su conciencia con Dios. Son católicos que pasan ante los sagrarios o ante los templos sin hacer un mínimo gesto, una discreta mirada, nada que patentice su fe en la presencia real.
Si es así, ¿cómo podemos sorprendernos que personas inescrupulosas profanen nuestro mayor tesoro que tenemos en la Iglesia que es la Eucaristía? En otros tiempos ¡no tal lejanos! se tenía el máximo cuidado con cualquier partícula ínfima de la hostia que caía por accidente en el suelo durante una celebración eucarística. Por devoción al Pan de los ángeles y para la edificación de los fieles, se recogía con piedad la migajita consagrada y se purificaba el piso.
Pero hoy se ha generalizado un descuido irresponsable en relación al Santísimo… inclusive entre algunos sacerdotes, ministros del sacramento; ¿qué se puede esperar después de eso, sino el descuido de los fieles y la profanación de los impíos?
Otrora nos enterábamos con horror –y muy de vez en cuando- de que se robaba una custodia o un copón con hostias para ser utilizadas en misas negras o en cultos satánicos. Hoy hemos caído tan bajo en materia de respeto a la eucaristía, que no es raro que hasta un vulgar ladrón de gallinas la profane, llevándose los “valiosos” vasos como botín y tirando al suelo las sagradas formas.
La proliferación de estos atentados debería hacernos reflexionar y avivar nuestro amor a la Eucaristía, especialmente a los que hacemos de la adoración una obligación de honra.
Lo más importante no es aumentar la seguridad cerrando con trancas las puertas de la iglesia, o poner cámaras para detectar a los maleantes o alarmas para espantarlos. Se trata más bien de alarmarse y de espantarse por la frialdad de los fieles a los que más les interesa en las noticias cómo será el clima, que hay de nuevo en deportes, en la política o en la vida social… en vez de indignarse con esos sacrilegios y repararlos con un acto interior de desagravio.
Es que todo va junto: el relativismo moral, las críticas a la Iglesia y al Papa, el desacato del magisterio, el consumismo, el hedonismo, y tantos otros trágicos signos de los tiempos; todo eso no puede sino acarrear desgracias. Y el diablo no quiere otra cosa.
Señor Jesús, nos arrodillamos ante ti, reconociendo tu presencia real en el Santísimo Sacramento. Te agradecemos inmensamente tu permanencia en medio de nosotros y queremos corresponder a ese amor con toda la fuerza de nuestra alma.
Con profundo dolor sentimos que tantas personas, redimidas por ti, te olviden y te ofendan; que en tantos sagrarios estés solitario. Que se profanen tus templos y no se respete tu presencia.
Nosotros, arrepentidos de nuestros pecados, queremos en la medida de nuestras fuerzas hacerte compañía por cuantos te abandonan o te reniegan, y dedicarte nuestra vida entera, como ofrenda y desagravio a tu Corazón eucarístico.
Santa María, de cuya carne tomo cuerpo el Señor para después inmolarse por nosotros y darse en alimento, haznos crecer en la fe, en la esperanza y en la caridad, como satisfacción por nuestros pecados y los del mundo entero.
Por tantos olvidos e indiferencia ¡Perdón Señor, perdón!
Por tantas blasfemias, sacrilegios y profanaciones ¡perdón, Señor, perdón!
1 de abril de 2013.- Paraguay
P. Rafael Ibarguren EP