San Francisco y la Eucaristía
La elección y entronización del nuevo Papa que quiso desde el inicio de su pontificado identificarse con San Francisco de Asís, especialmente en lo que se refiere al servicio de los pobres, nos mueve a acercarnos a la espiritualidad y a los escritos del “Poverello”.
San Francisco es un servidor apasionado de los pobres y, al mismo tiempo un teólogo gigante, a pesar de que llegó a definirse como “ignorante e iletrado”. Entre las culminaciones de su ciencia teológica está, precisamente, el misterio Eucarístico.
En maravillosa síntesis, el seráfico padre, así expone en una exhortación a sus hijos espirituales su profesión de fe y de amor a la Eucaristía:
«EL CUERPO DEL SEÑOR
Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie llega al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais, por cierto, también a mi Padre; y desde ahora lo conoceréis y lo habéis visto. Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: Tanto tiempo llevo con vosotros, ¿y no me habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14,6-9).
El Padre habita en una luz inaccesible (cf. 1 Tim 6,16), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1,18). Y no puede ser visto sino en el espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no es de provecho en absoluto (Jn 6,63). Ni siquiera el Hijo es visto por nadie en lo que es igual al Padre, de forma distinta que el Padre, de forma distinta que el Espíritu Santo.
Por eso, todos los que vieron según la humanidad al Señor Jesús y no lo vieron ni creyeron, según el espíritu y la divinidad, que Él era el verdadero Hijo de Dios, quedaron condenados; del mismo modo ahora, todos los que ven el sacramento, que se consagra por las palabras del Señor sobre el altar por manos del sacerdote en forma de pan y vino, y no ven ni creen, según el espíritu y la divinidad, que es verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, están condenados, como atestigua el Altísimo mismo, que dice: Esto es mi cuerpo y la sangre de mi nuevo testamento, que será derramada por muchos (Mc 14,22.24); y: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (cf. Jn 6,55).
De donde, es el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, el que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. Todos los otros, que no participan de ese mismo espíritu y presumen recibirlo, se comen y beben su propia sentencia (cf. 1 Cor 11,29).
Por eso, ¡oh hijos de los hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón? (Sal 4,3). ¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). Ved que diariamente se humilla (cf. Flp 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) descendió al seno de la Virgen; diariamente viene a nosotros Él mismo en humilde apariencia; diariamente desciende del seno del Padre al altar en manos del sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan consagrado. Y lo mismo que ellos con la vista corporal veían solamente su carne, pero con los ojos que contemplan espiritualmente creían que Él era Dios, así también nosotros, al ver con los ojos corporales el pan y el vino, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero.
Y de esta manera está siempre el Señor con sus fieles, como Él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28, 20)» (citado por Fray Octaviano Schmucki, capuchino suizo; considerado uno de los más importantes investigadores de San Francisco de los últimos cincuenta años).
Leer y meditar este texto ante el sagrario será una excelente práctica devocional a la par de una instrucción de alto nivel. El itinerario seguido es impecablemente sencillo, claro y lógico: Parte del Dios invisible que se revela en Cristo, el cual, por su vez, participa de la invisibilidad de Dios; Debe verse a Cristo a la luz del Espíritu y profesando la fe en su cuerpo y en su sangre, esa manera de “venir a nosotros en su humilde apariencia” que lo hace presente perennemente en su Iglesia. ¿Qué mejor exaltación de la Eucaristía que esta simple explicación, tan adherida a las Escrituras, a la tradición y al magisterio? Su desarrollo va al encuentro de los errores del tiempo –cátaros, valdenses, etc- y es un eco de las enseñanzas pontificias de entonces.
El papa Honorio III, en la carta «Sane cum olim», del 22 de noviembre de 1219, trata en profundidad del tema del culto eucarístico. “San Francisco, en sus Cartas, se inspira, no sólo en cuanto a los conceptos sino también en cuanto a las palabras mismas, en la desconsolada exhortación del Pontífice. Se ha hablado, sin exagerar, de una especie de cruzada eucarística emprendida por el Seráfico Padre a continuación del documento del Papa” (Fray Octaviano Schmucki).
“Cruzada Eucarística”… ¡Dulce y amorosa cruzada que hace doblar las rodillas y anonadar los corazones!
Es a la luz de la Hostia Santa que San Francisco emprende la restauración de la Iglesia en su tiempo. Ochocientos años después, las cosas no son diferentes: la anhelada renovación de la Iglesia solo podrá venir de la Eucaristía que es fuente, centro y culmen de la vida cristiana.
1 de mayo de 2013.- Asunción
P. Rafael Ibarguren EP