“Espera sin límites” (1Cor. 13, 7)

“Espera sin límites” (1Cor. 13, 7)

Como en un banquete magnífico, donde la compañía y el alimento son excelentes, en las Sagradas Escrituras se nos sirve la Palabra de Dios, siempre amiga y tonificante. En efecto, en cada versículo del texto inspirado se pueden encontrar preciosidades, como lo hace “un padre de familia, que saca de sus tesoros cosas nuevas y cosas antiguas”. (Mateo 13, 44-52)

Cosas nuevas, no tanto porque sean estrictamente novedosas, sino porque se revelan oportunas y luminosas en las más diversas circunstancias de la vida de las personas que leen los pasajes sagrados.

Cada uno tendrá sus legítimas preferencias en materia de Biblia. Por lo general, los católicos nos sentimos más atraídos por el Nuevo Testamento que por el Antiguo, dado el acontecimiento central de la encarnación del Verbo. Dentro de los cuatro Evangelios, hay quienes se inclinan por un evangelista más que por otro. Y entre las epístolas, las preferencias mucho pueden variar en vista de la riquísima oferta de autores, estilos y temas.

En todo caso, hay pasajes que se destacan y que son siempre “nuevos y antiguos” para nuestra sensibilidad. Junto con la constatación de algo que ya nos era familiar, nos traen el asombro de un descubrimiento.

Entre esos trechos escogidos están, sin duda, los versículos tan conocidos de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios en que se nos explica lo qué es la caridad o el amor (1Cor. 13, 4-7): “El amor es comprensivo, el amor es servicial…”. ¡El pasaje es una música!

En la seguidilla inspirada de los atributos del amor, San Pablo nos dice que el amor “espera sin límites” y que “aguanta sin límites”. Unas versiones traducen “todo lo espera, todo lo tolera”. Y otras: “Espera siempre, soporta siempre”.

No es otra la disposición del Señor desde su presencia real en el Santísimo Sacramento. Siempre a nuestra espera, ya sea en el altar, en el sagrario o en la custodia, de día y de noche, en el silencio y en el abandono, espera siempre… y no desespera nunca: aguanta y tolera todo, con el afán insaciable de ser visitado en su admirable sacramento.

Cuando se piensa en la cantidad de iglesias cerradas o vacías, o en la indiferencia con que muchos fieles pasan al lado del Señor sin siquiera una mirada respetuosa; cuando se considera que hay gente mala que se acerca a la mesa eucarística para cometer un sacrilegio, es el caso de decir que Jesús espera sin límites y aguanta sin límites.

Es que, comenzando por su amor, todo es ilimitado en el Señor. Y no es decir que Jesús Sacramentado no se cansa de esperar, es que Él descansa esperando y soportando!

El lenguaje humano es pobre y no alcanza las realidades inefables de las cosas divinas. Como Dios es eterno, impasible y suficiente, a su “espera” y a su “aguante”, debemos considerarlos no tanto en función de su ser inmutable (eso nos es imposible), sino calculados desde nuestra condición de creaturas. Pongámonos, por así decir, en la piel de Jesús; entremos dentro de su Persona y tratemos de calcular, con nuestros pobres sentimientos, lo que significa verter la sangre hasta la última gota, conociendo de antemano -y con toda lucidez- la ingratitud de los hombres. Y a pesar de eso, querer inmolarse ofreciendo su perdón.

Un don que no se agradece y un convite que se revierte en ofensa, son cosas horribles. Esto que nuestros corazones de piedra pueden medir, es lo que el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús no calcula, sino que al contrario: ante la ingratitud y el pecado, “aguanta sin límites”.

El Amor eterno espera sin límites, así como desde el sagrario más próximo espera siempre a los adoradores inconstantes. Siempre. Nos espera, no considerándonos como a una multitud anónima que puebla el globo terráqueo, sino como a personas poseedoras de una vocación particular, como hijos y e hijas a quienes conoce por su nombre e identifica con su historia, y para las que individualmente ha comprado con el precio de su sangre, un destino irrepetible en las variadas estancias del cielo. Con cuánta ansia nos espera ya en ese pedazo de cielo en la tierra que es la Eucaristía, el lugar de su morada oculta!

La epístola paulina nos dice que el amor no acabará nunca (1 Cor. 13, 8). De la misma manera que su presencia real permanece siempre, así también es permanente su espera. ¿Acaso no llamamos a la Eucaristía misterio de amor? ¿Y cuál es nuestra respuesta a ese amor eterno?

Que María Santísima nos obtenga la gracia de corresponder con generosidad al don del amor de Dios, en la clave que el apóstol de los gentiles canta en su referida epístola.

Julio de 2013.- Asunción

P. Rafael Ibarguren EP