Meditando “de rodillas”

Meditando “de rodillas”

La teología elemental -esa que está al alcance de cualquier fiel y cuyo conocimiento, aunque sea muy sumario, es una exigencia bautismal- nos enseña que hay dos procesiones en la Segunda Persona de la Santísima Trinidad: una eterna y otra temporal.

La eterna es la procesión de Jesucristo, Hijo único nacido del Padre por vía de generación antes de todos los siglos. Es lo que proclamamos en el Credo Niceno-constantinopolitano cuando decimos “engendrado, no creado”.

La procesión temporal también la recoge el mismo Credo: “que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajo del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre”.

Conocemos estas cosas por revelación, no por el estudio o la deducción. Es la fe la que acoge estos misterios grandiosos, esa fe que nos fue dada en el bautismo y que tantas veces la arrastramos mediocremente por falta de cultivo, pero que siempre debe tender a crecer. Jesús exhortó a San Pedro a robustecer su fe: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” (Mateo 14:31). Conscientes de esa tremenda laguna, los apóstoles le piden a Cristo en otra ocasión “Señor, auméntanos la fe” (Lc.17, 5). Y San Pablo enseña a los colosenses que estarán bien con Dios “con tal que permanezcan sólidamente cimentados en la fe” (Col. 1,23).

Es a la luz del don de la fe que abordamos esta meditación. La teología es la ciencia de Dios que es patrimonio común de los fieles, no solo de los estudiosos (suele suceder que éstos últimos sean los que menos fe tengan y los que más errores profesen…). Por eso la teología debe tener una orientación contemplativa. Hans Urs von Balthasar –uno de los mayores teólogos del siglo XX- decía que la teología debe hacerse “de rodillas”.

Decimos entonces que Jesús irrumpe, por decirlo de alguna manera, en la eternidad y en el tiempo en dos momentos precisos, que no pueden ser igualmente medidos. El momento temporal se lo define fácilmente puesto que es un hecho histórico que se dio hace dos mil años en Nazaret, cuando el anuncio del Ángel Gabriel a la Virgen María. El “momento” eterno, se hunde en el misterio de un eterno presente, y será inútil pretender penetrarlo o entenderlo. Porque si bien es verdad que, como se dice vulgarmente, nadie ama lo que no conoce, no es menos cierto que a Dios hay que amarlo antes que conocerlo. Y la medida del conocimiento aumentará en la proporción del amor que se le tenga.

Vamos más lejos, siempre “de rodillas” y a la luz de la fe, y confesemos una tercera procesión: la procesión sacramental, aquella que nos toca tan de cerca, puesto que nos hace participar de su divinidad encarnada y de su humanidad deificada. ¡Estamos hablando de la Sagrada Eucaristía!

La Eucaristía es como una extensión o una dilatación, de la Encarnación. En la Encarnación, Jesús toma nuestra naturaleza y se hace afín a los hombres. En la Eucaristía, se une a cada uno en particular, con lo que pasa a ser con quien lo recibe, consanguíneo y concorpóreo ¡Es una promoción enorme de nuestra condición humana que va mucho más allá de la afinidad!

A bien decir, la Eucaristía concretiza de manera excelente y plena el significado del término “religión”. La palabra religión viene del latín –religio- formada por el prefijo re, que indica intensidad, el verbo ligare, que significa ligar, atar, y el sufijo ion, que quiere decir efecto o acción. Religión significa, pues, acción de ligar fuertemente con Dios. ¿Hay algo que pueda realizar esta unión con más propiedad que esta alianza propiciada por la Eucaristía?

Al adorar a Dios en la Hostia Santa estamos profesando nuestra fe en un punto medular, pues reconocemos esas tres procesiones que son el tesoro de la piedad cristiana, el objeto de nuestro amor y la gloria de nuestra condición de creaturas.

Mejores serían nuestras adoraciones ante el Santísimo y las acciones de gracias después de la comunión, si ideas como estas poblasen nuestra mente. Es que esa relación tan íntima con Dios es lo que hace de la religión una maravilla que va hasta a la plena realización personal. No consideremos a la religión como siendo una ideología o una filosofía (hemos oído decir esto tantas veces, más recientemente de boca del Papa Francisco). Es claro que las ideologías tienen su lugar en la vida, lo mismo que la filosofía – aunque en la actualidad veamos tantas derivas en materias ideológicas y filosóficas…

El objeto central de nuestra atención y afecto es, entonces, el culto mediante el cual nos relacionamos con un Dios cercano y amigo. Esa familiaridad con el Creador es patrimonio de nuestra religión católica que cuenta, para concretizarla, esa joya preciosísima que es el Santísimo Sacramento del Altar.

Febrero de 2014.- Managua, Nicaragua.

P. Rafael Ibarguren EP