Pecados contra la Eucaristía

Pecados contra la Eucaristía

En su largo pontificado, San Juan Pablo II nos brindó mucha riqueza en sus enseñanzas y en sus gestos. Entre estos últimos, se destacan sus pedidos de perdón “por las culpas pasadas y presentes de los hijos de la Iglesia”, con el cuidado de precisar que “el juicio sólo corresponde a Dios y será manifestado el último día” (Acto Penitencial del primer domingo de Cuaresma del año 2.000). Tanto en esa fecha como en otras, el papa polaco se refirió a derivas y pecados cometidos, por los cuales pidió perdón.

Como era de esperar, la mayoría de los medios de comunicación celebraron esas declaraciones del pontífice generalizando situaciones. Concluyeron, sin  ninguna matización, en la maldad intrínseca de las cruzadas, en la importunidad de las labores evangelizadoras en América, en la ignominia de la inquisición… En fin, opinaron igualmente sobre otras realidades pasadas, siempre consideradas fuera de los respectivos contextos que son los que agregan agravantes y/o atenuantes. Pero como se trataba de juzgar a la Iglesia, ahí sí, valía la impostura.

Por supuesto que los beneficios incontables que el cristianismo proporcionó a la humanidad en todo tiempo y lugar fueron desconocidos por esos mismos comunicadores. Más aún: los pecados y crímenes cometidos contra la Iglesia Católica permanecen sin la absolución de sus implacables fautores. Estamos hartos de saber estas cosas.

En esta ocasión, nos interesa registrar un pedido de perdón que Juan Pablo II hizo en un mensaje, también en un primer domingo de Cuaresma. Fue en el año 1980. Este pedido de perdón pasó totalmente desapercibido en los medios de comunicación, inclusive de los que son del ámbito católico.

“Quiero pedir perdón —en mi nombre y en el de todos vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado— por todo lo que, por el motivo que sea y por cualquiera debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento (de la Eucaristía). Y pido al Señor Jesús para que en el futuro se evite, en nuestro modo de tratar este sagrado Misterio, lo que puede, de alguna manera, debilitar o desorientar el sentido de reverencia y amor en nuestros fieles”. (Domenicae Cenae, n° 12).

Sabemos que se peca por pensamientos, palabras, obras y omisiones, como reza el confiteor. Cuando, de alguna de esas maneras, se falta contra el augusto sacramento del Amor, con el agravante de escandalizar al pueblo fiel, la magnitud de la falta está caracterizada. Por eso, con tanta propiedad el Papa pide que “en el futuro se eviten” esos pecados. Pero… ¿se evitan esos pecados?

¿Somos conscientes de que podemos ser cómplices –por acción o por omisión- de faltas de esas? Porque los términos de la declaración de Domenicae Cenae son muy abarcadores y ponderados: nos habla de “por el motivo que sea y por cualquier debilidad humana”. Se refiere a la interpretación del Concilio “parcial, unilateral o errónea” (tan en boga en muchos medios eclesiales) y lamenta “escándalos” o “malestares”…

Puedo preguntarme ¿Qué responsabilidad me cabe personalmente a mí, que leo este escrito? Este texto magisterial bien podría servir para un examen de conciencia.

Si somos adoradores, si pertenecemos a parroquias o a asociaciones donde se propicia el culto Eucarístico, tanto dentro como fuera de la Misa, una preocupación dominante tendría que ser la de poner en ese culto el mayor empeño y el mejor decoro posible, ya que se trata de un “sagrado Misterio”, como dice el documento. Porque si con la fe profeso que Dios está presente en las especies eucarísticas, esa creencia no puede limitarse a una fría teoría especulativa, sino que tiene que mover mi voluntad y motivar el reconocimiento, la adoración.

Ahora, si prefiero aplicar las enseñanzas de la Iglesia de manera “parcial, unilateral o errónea”, me estaré forjando un Dios a mi pobre medida, el cual, ¡claro! no merecerá mayor reverencia. Así, justificaré mi actitud tranquilizando mi conciencia… deformada, lo que acabará “debilitando” o “desorientando” (para usar las expresiones del documento citado) a los demás.

¡Cuánta consecuencia puede tener la negligencia de un adorador poco celoso! Contra la Eucaristía no solo se peca cometiendo actos vandálicos, sacrilegios o profanaciones explicitas. También el olvido y la subestima pueden ser pecaminosos.

Si hoy en día se llega a los extremos de robar sagrarios con hostias consagradas o de dar la comunión a un perro durante una Misa dominical (sucedió en Australia), es probable que esos y otros delitos fueron precedidos por tibiezas culposas de los fieles del lugar, bien como del ministro ordinario del sacramento que es el sacerdote.

1 de septiembre.- Asunción

P. Rafael Ibarguren EP