Vida mística y Eucaristía
“Descubre tu presencia / y máteme tu vista y hermosura; / mira que la dolencia
de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura” (San Juan de la Cruz)
Estos versos del Cántico Espiritual del místico carmelita, bien pueden aplicarse a la Eucaristía. Solo la presencia real puede satisfacer los anhelos de amor y de unión de los cristianos, así como el amor extremo que llevó a Jesús a instituir el sacramento eucarístico, satisfizo Su amor por nosotros.
“La presencia y la figura” valen mucho más que la doctrina maravillosa y que la bondad de todas las obras y milagros de quien pasó haciendo el bien. Inmolarse y darse en alimento, ¿no es más que enseñar valores y que curar enfermos? Dar la vida eterna como se nos la da en la comunión ¿no es más que resucitar a Lázaro que iría a ser nuevamente tragado por la muerte?
Los verdaderos poetas cuando son auténticos místicos, como San Juan de la Cruz, no solo dicen cosas bellas sino muy sentidas y verdaderas. Van a lo esencial, que no está en una declaración meramente aséptica de las cosas sino en el asombro que canta apasionadamente, ya que todo lo que Dios creó es armonioso y despierta encanto: cada creatura y, más aún, el conjunto de ellas. Son sensibles a la obra maravillosa de la creación.
Pero, el encanto y la pasión ¿es cosa solo de poetas? No. Cualquier creatura racional, y más si es bautizada, debe amar a Dios con un amor comprometido.
En el común de los fieles que se interesan en temas de espiritualidad, hay una simplificación peligrosa que falsea la realidad: cuando se habla de mística, se cree que se trata de fenómenos sobrenaturales extraordinarios como arrobos, visiones, apariciones y cosas de esas. Y no es así. Esos prodigios son accidentes de la vida mística, pero no su médula.
La vida mística es sencillamente la operación de la gracia en el alma, la vida divina, vivida en el desarrollo ordinario de las obligaciones cristianas asumidas, mediante las cuales va teniendo un conocimiento experimental de Dios.
Todos los bautizados están llamados a tener esa forma de vida mística y conformarse así con Jesucristo, la Sabiduría eterna y encarnada. El solo conocimiento de las cosas de la fe o la práctica de las buenas obras, no conforman la vida cristiana. Ella es auténtica cuando se saborea “la mejor parte”, aquello que le faltó a Marta y que María poseía en germen.
Es aberrante la expresión tan difundida “soy católico pero no practico”. Muchísima gente “profesa” esa “religión”. Pero tan torpe, o peor, es la postura de un católico que imagina que por el solo hecho de ir a Misa el domingo, de bautizar a sus hijos o de enterrar a sus padres, ya cumple a cabalidad con sus deberes.
Si hacemos las cosas por rutina, por tradición heredada o por la fuerza de la costumbre que forja hábitos, no estaremos haciendo mucho más que lo que haría un animal que se mueve por instintos irracionales. Nuestra condición de hijos adoptivos de Dios y de herederos de su gloria, nos pone ante el Padre con convicciones y sentimientos filiales que van más allá de cumplir obligaciones. Ir a Misa, frecuentar los sacramentos o cumplir los mandamientos, son ciertamente obligaciones, pero más que obligaciones son una necesidad vital.
Lo mismo se aplica a la adoración y a la comunión eucarística. Una vez que la Eucaristía fue instituida por Jesús, es imperativo para nuestra vida cristiana que nos acerquemos al sacramento. Por mil razones. Pero consideremos solo dos:
1.- Para ejercitar nuestra fe… que debe llegar hasta a mover montañas. El misterio eucarístico es el objeto más propio para robustecer la fe, ya que delante de la Hostia consagrada, los cinco sentidos del cuerpo nos dicen todo lo contrario de la verdad, clamando ¡“Dios no está ahí”!
2.- Para que alcancemos la resurrección y la vida eterna que es para lo que existimos y nuestra más fuerte y secreta aspiración ¿No ha dicho Jesús “el que come de este pan no morirá para siempre”?
Entonces, un adorador no precisa inundarse de consolaciones ante la presencia real de Jesús. Delante del Señor podrá estar, inclusive, en la más completa aridez. Pero la inteligencia iluminada por la fe y la voluntad movida por el amor le hará ser fiel a su propósito de hacer compañía al Señor. Creo, aquí estoy, gracias.
Si actúa así, su vida mística será auténtica. Pero si no cree ni ama, y apenas quiere que conste su presencia para ser visto y figurar en el registro, su permanencia ante el Santísimo será una vil representación teatral, por más que salmodie, cante o dance.
Septiembre de 2013.- Asunción, Paraguay
P. Rafael Ibarguren EP