Lo visible y lo invisible
Consiliario de Honor de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia (FMOEI)
En el Credo de Nicea profesamos la creencia en un Dios creador “de todo lo visible y lo invisible”, visibilium omnium et invisibilium.
Lo visible, lo que está a la vista, es todo lo que captan los sentidos exteriores: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto. Fue Aristóteles que enumeró y clasificó estos sentidos y, posteriormente, Santo Tomás de Aquino recogió la enseñanza del filósofo griego y la explicó dilatándola con su genialidad de teólogo. El Doctor Angélico enseña que existen también los sentidos interiores que él enumera: Sentido común, imaginación, memoria y cognitiva. Pero dejemos estas consideraciones de lado, no es este un artículo sobre psicología o antropología…
Además de lo visible, existe lo que no se ve, los puros espíritus, el mundo angélico.
La realidad espiritual es mucho más importante, presente y decisiva en la historia humana, que la visible. Se comprende que para mentalidades modernas y posmodernas, esta afirmación parecerá ilusoria, ya que ni la lógica más cartesiana ni la irracionalidad más arbitraria, pueden digerir esta aseveración. Pero la enorme trascendencia de lo invisibilium es algo que se desprende de la propia Revelación y ha sido ampliamente desarrollada por el Magisterio de la Iglesia.
La Biblia habla de los ángeles más de trescientas veces. La Iglesia rinde culto a los ángeles, y de modo especial, a los tres arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael y a los ángeles custodios. ¿Quién no invocó alguna vez a su ángel guardián?
En determinado momento (aunque Dios está fuera del tiempo…) Dios reveló a los ángeles el proyecto de encarnación de su Hijo que nacería de mujer y les mandó que lo adoraran (Hebreos, 1, 6). Pero por soberbia, una tercera parte de ellos se reveló (Ap. 12, 4) y fueron expulsados de la comunión con Dios. Los ángeles fieles reconocieron a Jesucristo como Dios y a su Madre como su reina y señora. A partir de entonces, todos los ángeles quedaron confirmados en su posición: unos en la luz y la amistad divina y otros en las tinieblas y el odio a Dios.
Los ángeles buenos alaban y glorifican a Dios, gobiernan el cosmos, custodian a los hombres y ejecutan los fallos y sentencias de Dios. Los ángeles caídos, emisarios del mal, tientan y perturban a los hombres. Aunque le pese, el demonio acaba contribuyendo a la gloria de Dios y al bien de las almas, ya que cuando el pecador se arrepiente y cambia, triunfa sobre el maligno y es rescatado.
Por eso la historia de cada alma y de la misma humanidad, es una constante lucha donde los espíritus angélicos (buenos y malos) tienen beligerancia permanente y son más determinantes en forjar los destinos que los propios hombres. “Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas” (Ef. 6, 11-12).
San Ignacio de Loyola, eximio militar y conocedor de las reglas de la vida caballeresca, enseña que no hay más que dos banderas: la del bien y la del mal, la de Cristo y la del diablo. Sí o sí seremos hijos de la luz o hijos de las tinieblas.
¿Y la Eucaristía, nuestro tema de siempre, en medio de esta visualización?
Al ser presencia real de la 2da. Persona de la Santísima Trinidad encarnada, está infinitamente encima de las creaturas visibles e invisibles. En cuanto sacramento, podemos decir que está en el confín de lo visible y de lo invisible: En ella reside y se da el Autor de la gracia invisible, bajo las especies visibles del pan y del vino.
En la hostia consagrada “vemos” a Cristo oculto bajo un velo. Y, al mismo tiempo, lo que vemos con los ojos no nos revela la realidad profunda. Esa realidad solo la advertimos por la fe en la enseñanza oída y aceptada. Santo Tomás dice en su Himno Eucarístico latino: Visus, tactus, gustus in te fállitur, Sed audítu solo tuto créditur. Credo, quidquid dixit Dei Fílius: Nil hoc verbo Veritátis vérius. (La vista, el tacto y el gusto no te alcanzan, creo firmemente por lo que he oído. Creo por lo que dijo el Hijo de Dios: nada hay de más seguro que esta Palabra de Verdad).
En el momento de la Santa Misa, los Ángeles rodean al sacerdote y al altar; todo el lugar del sacrificio se llena de espíritus celestes para honrar a Dios presente.
Por otra parte, para los demonios no hay ejercicio de piedad más temible que la celebración de la Eucaristía, ya que este Santo Sacrificio aniquila las fuerzas del infierno y es la fuente de todos los bienes para el hombre.
¿Queremos atraer a los ángeles y sentir su benéfica influencia? Acudamos a la Eucaristía. ¿Queremos impedir el influjo del maligno en nuestras vidas? Seamos asiduos a la Eucaristía. ¿Nos cuesta acercarnos a la Eucaristía? Invoquemos al nuestro ángel de la guarda que nos ayudará en esa dificultad.
Hoy en día, existe un interés creciente por el tema de la presencia y el poder de lo invisible. Es común encontrar libros, películas, temas en redes sociales, que se refieren al llamado “más allá”. ¡Cuidado!, hay graves errores opuestos a la fe que pueden llevarnos a la perdición temporal y eterna como el interés por la llamada Nueva Era, la dependencia de cierta música rock, la “inofensiva” invocación a “Charlie”, peligrosas adicciones de conducta o de ingestión, etc.
La sed de sobrenatural debe ser saciada dentro de los muros sagrados de la Iglesia, con el auxilio de los espíritus celestes y en la familiaridad con la Eucaristía, pan de los ángeles.
Agosto de 2016.- Asunción
P. Rafael Ibarguren EP