Los frutos de la Eucaristía
En meditaciones anteriores hemos abordado el tema fascinante de los frutos de la Eucaristía, aunque no de forme exhaustiva ¿cómo abarcar algo tan inefable? Sin embargo, sobre el particular, se pueden esquematizar nociones básicas que podrán ser de provecho para las almas.
Hablamos aquí no propiamente del del misterio Eucarístico in genere que es un asunto vastísimo, sino específicamente de los frutos de la comunión sacramental.
Recibir a Jesús, Pan de Vida, es el objeto inmediato de la institución del sacramento. “Tomad y comed”, “tomad y bebed”, “haced esto en memoria mía”: Tal es el mandato formal de Cristo en la última cena, antes de padecer y de morir. Es claro que comulgar implica adorar; ambas cosas van juntas.
La enseñanza de la Iglesia sobre los frutos de la comunión ha sido recogida en diversos libros clásicos de oraciones y en manuales piadosos que, contrariamente a lo que algunos piensan, no han pasado de moda… Y eso, sencillamente, porque el alimento (el Redentor) y el comensal (cualquier redimido) son esencialmente los mismos en todo tiempo y lugar.
Meditemos, entonces, diez frutos o beneficios de la Comunión:
1.- “Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. (Jn, 6, 56). Este es el primer y mejor fruto de la comunión sacramental: identificarse plenamente con Nuestro Señor Jesucristo, unirse íntimamente con Él, ideal supremo del cristiano.
2.- Siendo la Eucaristía el alimento específico de la vida sobrenatural, precisamos nutrirnos de ella para perseverar y crecer en esa vida. De lo contrario, la vida se marchitará y tenderá a morir… Sin comida material, el cuerpo declina y muere; sin el alimento celestial el alma no vive su filiación divina y se vuelve mustia.
3.- La comunión recibida dignamente aparta del pecado y da fuerzas. Cristo entregó su cuerpo y derramó su sangre precisamente “para el perdón de los pecados”, según reza la fórmula de la consagración.
4.- El efecto de la comunión va aún más allá: borra los pecados veniales (pensemos que si el agua bendita ya los borra ¡cuánto más el Cuerpo de Cristo!) y es un antídoto contra el pecado mortal, preservándonos de cometerlo.
5.- El amor, como virtud teologal infundida en el bautismo, es reavivado y hecho fecundo con el alimento eucarístico que es, además, remedio. La comunión ejercita y hace operante a la reina de las virtudes (la caridad) y a todas las demás.
6.- La comunión que nos une a Cristo, también nos incorpora plenamente al cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado. Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste a mí, de tal manera que puedan ser uno, como lo somos nosotros”. (Juan 17, 21-22.). “La Iglesia vive de la Eucaristía”, es el título de la encíclica eucarística de San Juan Pablo II.
7.- El pan eucarístico se parte, se reparte y se comparte. Y en estos gestos, los beneficiados son los pobres, los que lo son de espíritu y los menesterosos. ¿No es ese el significado del lavatorio de los pies que precedió a la institución de la Eucaristía en el Cenáculo? La comunión nos impulsa a ser serviciales con los más necesitados.
8.- Que “todos sean uno” (Jn 17, 21) dijo Jesús. Por el vínculo con los demás en la verdad y en el amor fraterno se llega la unidad tan anhelada. Mientras los cristianos que no son católicos (que no viven, por lo tanto, la unidad y el amor pleno) no se unan entre sí y con los católicos romanos, el deseo de Jesús seguirá pendiente. Por eso es preciso ofrecer comuniones, rezar y trabajar para que todos los cristianos, puedan celebrar sin división el único banquete.
9.- Pero para estar unidos, antes hay que reconciliarse. Y como no se pueden mezclar eclécticamente el mal y el bien, el mal debe reconocer los derechos del bien y ceder ante él. Hay que disolver la discordia, entrar en armonía y establecer la paz. La comunión es garantía y prenda de la reconciliación, ya que nos limpia del pecado, nos ayuda a crecer en la gracia y nos abre a los demás.
10.- Por fin, la comunión es semilla de eternidad, de vida gloriosa. Ya en los tiempos apostólicos decía San Ignacio de Antioquía que el pan eucarístico es “fármaco de inmortalidad y antídoto para no morir”. Esta es una de las más consoladoras enseñanzas del Evangelio: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54).
A la vista de estos beneficios, nada mejor que la asiduidad a la comunión sacramental: alimento, medicina y escudo protector; pan del cielo que, como dice la oración, tiene un sabor incomparable. Entretanto, que no se descuide la confesión antes de acercarse a comulgar en este tiempo cuaresmal.
1 de marzo de 2016.- Asunción
P. Rafael Ibarguren EP