Mojones eucarísticos en Tierra Santa
Hay cuatro lugares especialmente relacionados con la Eucaristía en Tierra Santa: Belén, Cafarnaúm, Jerusalén y Emaús.
En una gruta de Belén, que significa “casa del pan”, nace Jesús de las entrañas purísimas de María. En la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús revela proféticamente que su carne tiene que ser comida para tener vida eterna… ¡lo que causa un profundo trauma en sus oyentes! En la Ciudad Santa, dos son los lugares emblemáticos de la Eucaristía: el Cenáculo y el Calvario, donde sucede, en pocas horas de diferencia, un mismo misterio de amor. Por fin, en el camino de Emaús, Nuestro Señor confirma en la fe a sus discípulos abatidos que lo reconocen al partir el pan.
1.- Belén es el lugar donde Jesús ve la luz… aunque es de noche. Ve la luz, porque los ojos de María son dos soles que, junto con la presencia de San José y de los ángeles, dan una claridad maravillosa a aquel inhóspito lugar transformado en un palacio. Pero esto es decir poco. San Juan en su Evangelio va directamente a los esencial: “El Verbo era la luz” (Jn. 1, 9) ¡Jesús es la luz!
Cronológicamente, antes de Belén se sitúa otro lugar bendito: Nazaret. Fue ahí que el Verbo se hizo carne y donde, después, vivió Jesús por espacio de 30 años. El Salvador fue conocido como el Nazareno, aunque su noble estirpe lo identifique con Belén, adonde su padre virginal fue a inscribirse junto con María, por ocasión del censo ordenado por Cesar Augusto. Jesús nació, pues, en el suelo de su ilustre antepasado, David, el santo Pastor y Rey de Israel.
Ya en Belén, Jesús recibió culto de adoración por parte de la humanidad. Antes que nada, de María y de José, pero también de los pastores y de los magos. Los pastores del entorno representaban a los sencillos, a los trabajadores, a los hombres de todos los días; y los magos, potentados y sabios, que siendo muy ricos y eruditos, dejaron ejemplo de humildad extraordinario: “postrándose, le adoraron abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra“.
En los belenes o nacimientos que se colocan en las iglesias y en los hogares cristianos, se contempla el misterio admirable de la Navidad. Pero ese misterio se hace realidad y se le puede adorar con propiedad, en los altares, los sagrarios y las custodias donde está la Eucaristía. Pensemos que Jesús tomó nuestra naturaleza, no solo para padecer y morir, sino también para quedarse como alimento.
2.- En Cafarnaúm, desafiando la murmuración de la generalidad de los judíos y el temor y rechazo de sus propios discípulos, Jesús profetizó la institución del Sacramento: “En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn. 6,53-55).
El Señor, después de anunciar esa maravilla, ve que muchos lo abandonan, chocados, e interroga a sus Apóstoles “¿Quieren marcharse también ustedes?” (Jn, 6, 67). Pedro, el portavoz de los doce declara su fidelidad al Señor. Jesús, entretanto, anuncia que uno de ellos lo traicionará. En el momento de revelar el mayor don hecho a los hombres, Jesús pone ante ellos el drama de su muerte. En efecto, su cuerpo será entregado y su sangre derramada.
Para conocer en detalles y encantarse con el acontecimiento del anuncio de la Eucaristía en Cafarnaúm, hay que leer con detenimiento el capítulo VI del Evangelio de San Juan.
3.- Jerusalén fue el lugar privilegiado entre todos donde se dio la institución Eucarística. El Señor quiso que fuera en un lugar adecuado, espacioso y bien adornado (Lc. 22, 12), el Cenáculo. Durante la Última Cena, tres maravillas vieron la luz: La Eucaristía, el Sacerdocio ministerial y el mandamiento del amor… tan íntimamente relacionadas entre sí. El pan y el vino fueron transubstanciados, el mandato de hacerlo en Su memoria fue dado a los Apóstoles y, con el lavatorio de los pies, se establecieron las disposiciones para de vivir el sacerdocio y para comulgar debidamente.
Pero hay que saber que Jerusalén tiene una prehistoria relacionada con la Eucaristía. Fue ahí que el Sacerdote del Altísimo y Rey de Salem (así se llamaba el lugar), Melquisedec, ofreció pan y vino en sacrificio al Señor. Fue también en las inmediaciones de Jerusalén, en el Monte Moria, donde Abraham sacrificó un cordero en substitución de su hijo Isaac que iba a ser inmolado.
4.- Por fin, en el camino de la aldea de Emaús Jesús se hace sorprendentemente presente… para nunca más dejarnos. De hecho, Emaús son todos los lugares donde la Eucaristía acoge, nutre y confirma con el Viático de inmortalidad a los caminantes en este valle de lágrimas.
Lo sucedido en Emaús es un esbozo de la celebración de la Misa: fue en el día de la Resurrección, un domingo; caminaban tristes y desolados, con disposiciones análogas con las que se pide piedad en el acto penitencial. Jesús les explica las Escrituras. Ellos se encienden y quieren quedarse con Él y, al partir el pan, lo reconocen, al igual que nosotros, al decir amén al comulgar. Por fin, vuelven enfervorizados y afianzados en la fe, a sus deberes cotidianos. Ite missa est…
La Eucaristía produce los mismísimos efectos que la aparición del Resucitado a los de discípulos de Emaús… pero es importante la disposición de los peregrinos. Necesitamos ser perdonados, instruirnos con la Palabra y comer Su cuerpo para estar integrados en la Iglesia como piedras vivas. Necesitamos de la Misa.
1 de diciembre de 2018.- Asunción
P. Rafael Ibarguren EP