Misas y adoraciones clandestinas
Hay una figura eclesiástica contemporánea que merece el respeto y la admiración de los católicos; se trata de Su Eminencia el Cardenal vietnamita Francois-Xavier Nguyen Van Thuan.
Siendo Arzobispo coadjutor de Saigón (hoy Ho Chi Minh), con la llegada del régimen comunista en 1975 fue arrestado y pasó trece años en la cárcel, nueve de los cuales en aislamiento total. Después lo pusieron en prisión domiciliaria, no permitiéndosele regresar a su Sede diocesana. En 1991 se le permitió viajar a Roma sin posibilidad de regreso. En la Ciudad Eterna vivió exilado hasta su muerte en diciembre de 2002. San Juan Pablo II lo creo cardenal en 2001, y Benedicto XVI abrió su causa de beatificación en 2010.
La agencia Zenit publicó hace ya un tiempo una interesante crónica de una de las meditaciones que el Cardenal Van Thuan predicó al Papa Juan Pablo II durante los Ejercicios Espirituales habidos en el Vaticano en el año jubilar 2000.
«Cuando me encarcelaron en 1975 –recordó el prelado vietnamita–, me vino una pregunta angustiosa: “¿Podré celebrar la Eucaristía?”».
El prelado explicó que, dado que al ser detenido no le permitieron llevarse ninguno de sus objetos personales, al día siguiente le permitieron escribir a su familia para pedir bienes de primera necesidad: ropa, pasta dental, etc.
«Por favor, enviadme algo de vino, como medicina para el dolor de estómago». Los fieles entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino con una etiqueta en la que decía: «Medicina para el dolor de estómago». Entre la ropa escondieron también algunas hostias. La policía le preguntó: «¿Le duele el estómago?». «Sí», respondió monseñor Van Thuân, quien entonces era arzobispo de Saigón. «Aquí tiene su medicina».
«No podré expresar nunca mi alegría: celebré cada día la Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Cada día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús, beber con él su cáliz más amargo. Cada día, al recitar la consagración, confirmé con todo mi corazón y con toda mi alma un nuevo pacto, un pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía. Fueron las Misas más bellas de mi vida».
Más tarde, cuando le internaron en un campo de reeducación, al arzobispo le metieron en un grupo de cincuenta detenidos. Dormían en una cama común. Cada uno tenía derecho a cincuenta centímetros. «Nos las arreglamos para que a mi lado estuvieran cinco católicos –cuenta–. A las 21,30 se apagaban las luces y todos tenían que dormir. En la cama, yo celebraba la Misa de memoria y distribuía la comunión pasando la mano por debajo del mosquitero. Hacíamos sobres con papel de cigarro para conservar el santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Cristo Eucaristía en el bolso de la camisa».
Dado que todas las semanas tenía lugar una sesión de adoctrinamiento en la que participaban todos los grupos de cincuenta personas que componían el campo de reeducación, el arzobispo aprovechaba los momentos de pausa para pasar con la ayuda de sus compañeros católicos la Eucaristía a los otros cuatro grupos de prisioneros.
«Todos sabían que Jesús estaba entre ellos, y él cura todos los sufrimientos físicos y mentales –recordaba–. De noche, los prisioneros se turnaban en momentos de adoración; Jesús Eucaristía ayuda de manera inimaginable con su presencia silenciosa: muchos cristianos volvieron a creer con entusiasmo; su testimonio de servicio y de amor tuvo un impacto cada vez mayor en los demás prisioneros; incluso algunos budistas y no cristianos abrazaron la fe. La fuerza de Jesús es irresistible. La obscuridad de la cárcel se convirtió en luz pascual (…)».
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¿Cuál fue el primer interrogante del Obispo al ser arrestado? ¿Habrá sido “qué va a suceder con mi persona”, o “qué me tocará sufrir”? No. Su pregunta fue otra: “¿Podré celebrar la Eucaristía?”. Pregunta propia de un ministro de Dios.
Imaginemos cómo habrán sido esas Misas “camufladas”, pero celebradas con tanta valentía y con tanto fruto espiritual. ¡El Obispo llegó a organizar momentos de adoración clandestinos con otros prisioneros y a convertir a budistas!
Estos hechos heroicos de un digno Príncipe de la Iglesia nos interpelan, sobre todo en dos puntos concretos que sacerdotes y fieles debemos meditar.
Primero: A pesar de nosotros tener plena libertad para celebrar, la guía necesaria de un Misal con rúbricas precisas, y contando con tiempo más que suficiente para ello, se ven por ahí Misas celebradas con descuido, improvisadas, y hasta antojadizas… A los sacerdotes que celebran con esas negligencias ¿les sería necesario pasar por la experiencia martirial del Cardenal Van Thuan para que la liturgia volviese a tener la corrección y el esplendor que le son propios?
En segundo lugar, un requerimiento más propio para los fieles laicos: habiendo tantos sagrarios al alcance, y hasta capillas de adoración abiertas las 24 horas del día, es de lamentar que estén tan poco frecuentadas, y a veces sin nadie ¿No nos avergüenza que no seamos capaces de hacer lo que, con tanta dificultad y riesgo de sus vidas, lograron realizar aquellos prisioneros vietnamitas católicos?
Hacemos mal uso de la libertad tomándonos libertades indebidas…
Agosto de 2019.- Sao Paulo
P. Rafael Ibarguren EP