¿La razón y el misterio son incompatibles?
¿Es razonable que un católico pueda no creer en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía? ¡Claro que no! El misterio eucarístico hace parte del depósito de la Fe y a ese título debe ser acatado, amado y vivido según el mandato formal dado por el propio Cristo: “tomad y comed” (Mt. 26, 26), “haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19), “si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53).
Entretanto… ¡cuán distantes del Pan de Vida permanecen tantos fieles en nuestros días! Distantes de la Misa dominical, distantes de la comunión sacramental y distantes de la adoración eucarística. Y lo singular es que, la mayoría de las veces, no es por una objeción racional que se establece esa distancia. Así, los sagrarios permanecen solitarios y las Misas poco frecuentadas. En ciertos templos, donde la historia y el arte han dejado muestras de valor cultural, entre los visitantes se registra mayor número de turistas o de curiosos que de peregrinos o de fieles en el ejercicio de sus obligaciones religiosas.
¿Cómo se pudo llegar a esto? No faltan católicos que para justificar su incoherencia y apaciguar su conciencia (?), apelan a una supuesta fe “adulta” que no dependa de tantos cánones y dogmas… con lo que forjan otra religión.
Sucede que en la mentalidad del hombre contemporáneo se fue perdiendo progresivamente la afección y el encanto por el misterio, dimensión privilegiada de la fe. El otrora idolatrado racionalismo sistematizado por Descartes, posteriormente se vio cabalgado por descubrimientos aportados por la ciencia y por la técnica, con toda la parafernalia de máquinas, industrias, velocidad, imágenes, sensaciones, en fin, de novedades y ritmos nuevos que fueron siendo incrustados en la vida “civilizada”; de esta forma, se fue sofocando la capacidad de admiración a los valores espirituales, tan más ricos y sutiles que lo que es apenas palpable o útil.
Ahora, el ser humano por naturaleza es sediento de espiritual – “el alma humana es naturalmente cristiana” sentenció Tertuliano – y al producirse un tal vacío interior, nace consecuentemente la apetencia de llenarlo de alguna manera… de cualquier manera. “Chasez le naturel, il reviandra au galop” dicen los franceses: expulsad (o violentad) la naturaleza y ella volverá a todo galope.
Es por eso que en el mundo paganizado que nos rodea proliferan tantas idolatrías y cultos extraños, bien como recursos para evadirse de la realidad con drogas; ahí están también los temores, las decepciones y el suicidio, que ahora se lo promueve y enaltece con el dulce nombre de “asistido”.
En todo esto hay una renuncia a la racionalidad, aunque no siempre sea explícita. En los siglos XVII y XVIII se endiosó a la razón – la revolución francesa llegó a entronizar en la Catedral de Notre-Dame el culto a la “Diosa Razón” – y se relegó el misterio por ser “obscurantista” y no coadunarse con las ciencias exactas. Y hoy, mientras se va enterrando sin dolor a la, se escudriña temerariamente el misterio, siempre que pueda traer alguna ventaja, real o supuesta.
Nuestra condición de creaturas limitadas tiene sed de arcanos; la concepción mistérica de la religión responde a una necesidad vital porque no logramos justificar con cálculos humanos cosas inexplicables que nos interesan y nos interpelan. Por ejemplo, la Trinidad, la Encarnación o la misma Eucaristía.
A propósito, es oportuno fijar la atención en una reflexión de San Ambrosio de Milán, Padre de la Iglesia. Tratando de la Eucaristía, después de explicar que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo por el poder divino, muestra cómo la lógica se armoniza con el misterio. Es más: lógica y misterio se complementan maravillosamente. Claro que lo hace desde la óptica de nuestra fe, de tu fe, lector, lectora, que condesciendes en leer este artículo.
“Mas ¿para qué usamos de argumentos? Atengámonos a lo que aconteció en su propia persona [la de Cristo] y los misterios de su encarnación nos servirán de base para afirmar la verdad del misterio eucarístico. Cuando el Señor Jesús nació de María, ¿por ventura lo hizo según el orden natural? El orden natural de la generación consiste en la unión de la mujer con el varón. Es evidente, pues, que la concepción virginal de Cristo fue algo por encima del orden natural. Y [en la consagración del pan y del vino] lo que nosotros hacemos presente es aquel cuerpo nacido de una Virgen. ¿Por qué buscar el orden natural en el cuerpo de Cristo, si el mismo Señor Jesús nació de una Virgen, fuera de las leyes naturales? Era real la carne de Cristo que fue crucificada y sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne”. (Del Tratado de San Ambrosio sobre los Misterios, tomado del Oficio de Lecturas del sábado VIII del tiempo ordinario, volumen III, edición Mejicana, año 2000).
Encanta ver la naturalidad y el rigor con que se abordan misterios tan inefables. Seamos, pues, razonables; la Revelación y el Magisterio no son teorías que puedan interesarnos o no, y de las que podemos prescindir, violando los compromisos bautismales.
Y ya que, como fue dicho, estamos inmersos en la era de la imagen y de la sensación, concluyamos con una sensacional y elocuente figura sacada de la pluma del Apóstol Santiago puesta en su carta dirigida comunidades judeocristianas: “Poned en práctica la Palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien oye la palabra y no la pone en práctica, ese se parece al hombre que se miraba la cara en un espejo y, apenas se miraba, daba media vuelta y se olvidaba”. (Sant. 1, 22 – 24).
Muchos católicos se han olvidado de su propio rostro y no parecen afligirse mayormente por ello… con lo que evidencian una renuncia a la razón. María Santísima les ayude a corregir ese deficiente estado espiritual, y la Eucaristía sea el remedio que les devuelva la vida en plenitud.
julio de 2021.- Mairiporá
P. Rafael Ibarguren EP