Comulgar… con María
El mes de junio nos trae la solemnidad del Corpus Christi con el convite de adorar la Sagrada Hostia procesionando por calles de pueblos y ciudades. Lastimosamente en algunas parroquias por causa de guerras, accidentes naturales, la pandemia que se arrastra, estorbos municipales o falta de fervor – este último factor puede ser determinante… – el Santísimo no será homenajeado en ese día. Tristeza de los tiempos que corren.
La Iglesia nos ofrece diversas ocasiones de acercarnos a la Presencia Real del Señor: La Misa, la Comunión, la bendición, el tabernáculo, la exposición, la procesión, el viático. También, a su manera, la participación en Congresos Eucarísticos internacionales, nacionales, diocesanos o parroquiales.
Más, el momento privilegiado entre todos se da cuando nos acercamos a la Mesa eucarística. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo” (Mt 26, 26), Nuestro Señor quiso quedarse en el sacramento para ser comido; el término “comido” pude chocar a primera vista, pero es exacto ¡Jesús lo empleó!
Es excelente adorarle cuando sale a la vía pública en la solemnidad del Corpus, pero cuánto más es comulgar y tener con Él esa intimidad que llega a ser fusión; “el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57). Saquémoslo con boato a las calles, más no dejemos de introducirlo en nuestro pecho mediante la Comunión sacramental.
En su célebre obra “Tratado de la verdadera Devoción a la Santísima Virgen”, San Luis María Grignion de Montfort indica un modo peculiar de recibir la Eucaristía: hacerlo en cuanto devoto de María Santísima.
Evidentemente, esta práctica presupone la mediación universal de Nuestra Señora. La teología no sustenta que Dios precise de Ella, sino que Él quiso y dispuso que fuese necesaria a nuestra salvación. No en vano se la aclama con multitud de títulos y privilegios: medianera, corredentora, omnipotencia suplicante, auxiliadora, abogada, puerta del Cielo ¡Madre de Dios!
Grignion de Montfort expone sucintamente en su libro como un devoto de María – que él quisiera consagrado a Ella en calidad de esclavo – debe disponer su alma antes, durante y después de la Comunión. Esta es su propuesta:
Antes de la Comunión: Uno debe humillarse delante de Dios a la vista de las propias miserias; renunciar al amor propio y a las malas inclinaciones; renovar la entrega a María diciéndole “soy todo tuyo y todo lo mío es vuestro”, y suplicar a la Santísima Virgen que nos preste su Corazón para recibir a su Hijo con sus mismas disposiciones.
Así, María Santísima vendrá a recibir a su Hijo en el corazón de su siervo. No se podría recibir mejor a Jesús ni dar mayor regalo a María.
Durante la Comunión: Al recibir el Sagrado Cuerpo de Cristo el santo mariano aconseja decir tres veces: “Señor, no soy digno de que entréis en mi casa”.
La primera vez decírselo al Padre: no soy digno de recibir su Hijo unigénito, pero conmigo está María, la esclava del Señor, intercediendo por mí y dándome confianza. Es Ella que lo recibe en mí.
Después, decirle al Hijo que no soy digno de recibirlo por causa de tantas infidelidades en su servicio, pero que no coloco mi confianza en los propios méritos sino en los méritos de María, su querida Madre, como Jacob de fiaba a los cuidados de Rebeca, y eso, aunque uno pueda ser pecador como Esaú.
Por fin, decir al divino Espíritu Santo que no soy digno de recibir la obra prima de su amor a la vista de mi tibieza y resistencia a la gracia. Pero que ruego que Él venga a María su fiel esposa y a mí, ya que, sin su descenso, ni Jesús ni María podrán ser formados ni alojados convenientemente en mi pobre alma.
Después de la Comunión: San Luis María Grignion de Montfort propone tres piadosos pensamientos para meditar durante la acción de gracias:
1.- Introducir espiritualmente a Jesucristo en el Corazón de María, darlo a su Madre que lo recibirá amorosamente y lo adorará con honras, diciéndole cosas que mi incapacidad nunca lograría enunciar.
2.- O bien mantenerme profundamente humillado en la presencia de Jesús residiendo en María y, mientras hablan ellos el uno con el otro, quedarme como un esclavo a la puerta del palacio del Rey y subir en espíritu al cielo para pedir a los ángeles y a los santos que adoren y amen a Jesús en mi lugar.
3.- O bien, pedir al mismo a Jesús, en unión con María, el advenimiento de su reino sobre la tierra, o la sabiduría, o el perdón de los pecados, o cualquier otra gracia. En todo caso, se debe hablar con el Hijo y la con Madre con toda libertad, sin temor de ser amonestado y en la certeza de ser atendido.
+ + +
En los albores del siglo XX hubo dos acontecimientos fulgurantes, íntimamente relacionados con el culto eucarístico: el pontificado de San Pío X (1903-1914) y las apariciones de Fátima (1917).
El referido Pontífice es llamado “el Papa de la Eucaristía”, pues estimuló la Comunión frecuente para los fieles y la Comunión precoz para los niños, como manera de preservar su inocencia en un mundo que se descarriaba. Y en Fátima, el Ángel de Portugal apareció a los tres pastorcitos y los preparó para recibir los mensajes de Nuestra Señora dándoles la Comunión. Posteriormente, la Virgen confió a Lucía – que sobrevivió a Jacinta y a Francisco – el pedido de propagar la Comunión reparadora de los Primeros Sábados.
Habiéndose pasado un siglo de estos encargos providenciales ¿en qué pie están la realización de los deseos de Madre del Cielo (Comunión reparadora) y del Santo Papa (Comunión frecuente)? La respuesta salta a los ojos…
“No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mt 9, 13) dijo Jesús en casa de Mateo, el publicano que fue de los doce y autor de un Evangelio. Fácilmente nos reconocemos pecadores ¡pero olvidamos que somos llamados!
junio de 2022.- Mairiporá, Brasil
P. Rafael Ibarguren EP