Meditación navideña atípica

Meditación navideña atípica

Aunque son muy apreciables y válidas las reflexiones clásicas que solían traer los devocionarios de otrora, pienso que los tiempos no están para meditaciones convencionales. Por eso, invito al lector a seguirme en un itinerario sui generis navegando por aguas encrespadas. Llegaremos a buen puerto.

¿Qué es más vital y preocupante, el llamado “calentamiento global”, cuyo concepto divide a la comunidad científica, o la “frialdad generalizada” que cunde entre los católicos en relación a su fe? Mientras líderes mundiales nos alertan sobre el ecosistema amenazado con grados desiguales de sinceridad, los fieles se van desinteresando del credo que asumieron en su bautismo. El vocerío general apunta al tal “calentamiento” silenciando otras urgencias.

No confundamos ni minimicemos los asuntos. Una cosa son los problemas ambientales a los que hay que dar solución, aunque sin aquel afán que concibe la tarea como un culto idolátrico rendido a la naturaleza. Otra cosa es la “temperatura” de las almas en lo que se refiere a sus deberes para con el Creador… situación que repercute en la obra de la creación, porque en el universo hay una solidaridad y armonía latente entre todos los seres que el pecado, supremo desorden, lastima.

Afirmo que la frialdad generalizada hacia los deberes de religión está en el origen de los males que afligen al planeta. Podrá no ser la causa exclusiva ni la inmediata, pero no es extraña a la génesis de las convulsiones que asaltan al globo: desastres naturales que se multiplican por todas partes, la pandemia con sus variantes y secuelas, la tensión bélica mundial, la economía que periclita, etc. A eso súmese el naufragio general de las costumbres y uno se pregunta qué está faltando para una regeneración salvadora o para el derrumbe final.

En nuestros días se habla de “pecados sociales”, locución que se presta a atenuar el compromiso personal de los individuos, como si estos fuesen tan solo víctimas y nunca culpables de errores propios o ajenos; la verdad es que cae simpático evadirse de responsabilidades en relación a Dios, a la creación o a la propia conciencia. El “calentamiento global” sería consecuencia de un “pecado social”.

En todo caso, los tales “pecados sociales” tienen que resultar necesariamente de pecados individuales, porque para que haya falta se necesita conciencia y voluntad, cosas que no existen difusas en el medio ambiente…

San Agustín enseña que las sociedades reciben su premio o su castigo en la tierra ya que no se salvan ni se condenan eternamente en cuanto tales. Las almas, en cambio, son siempre premiadas o castigadas post mortem. Los “pecados sociales” se pagan, pues, en esta vida.

Alguno sentenciará “Pero ¡Dios no castiga!” Grave equívoco. Al tener mérito o culpa, la persona es capaz de premio o de castigo, porque no se glorifica a Dios sin recibir merecida recompensa ni se le ofende impunemente ¿Cómo negar que un escarmiento no sea a veces saludable, inclusive necesario?

Sobre esto, veamos algo de lo que nos dice la Sagrada Escritura: “Si (…) abandonan mi ley y no siguen mis mandamientos, si profanan mis preceptos y no guardan mis mandatos, castigaré con la vara sus pecados y a latigazos sus culpas. Pero no les retiraré mi favor, no violaré mi alianza ni cambiaré mis promesas” (Salmo 89). O este otro trecho “Quien no usa la vara odia a su hijo, quien lo ama lo corrige a tiempo” (Prov. 13, 24).

“¡Ah, eso es cosa del Antiguo Testamento!”, replicará el objetante imaginario, tentando justificar su punto de vista. “Raza de víboras ¡quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?” dijo Jesús a fariseos y saduceos (Mt, 3, 7). Y San Pablo escribió a los efesios: “(…) estas cosas son las que atraen el castigo de Dios sobre los rebeldes” (Ef 5, 6). Son citas del Nuevo Testamento.

Convengamos en esta verdad esencial: Dios es amor, quiere que todos se salven, desea perdonar al pecador, no niega su gracia a nadie y espera pacientemente que los corazones vuelvan a Él; y porque nos ama, suele mandar señales para enderezar las malas conductas ¡Bendito el castigo que “corrige a tiempo” y que no “anula la alianza ni cambia sus promesas”!

Es seguro que la escasísima consideración para con el Sacramento del Altar, es uno de los principales males que produjo esa frialdad generalizada de la que tratamos, siendo también una de las causas, próxima o remota, del desequilibrio que padece la misma naturaleza. “En la Eucaristía Cristo está realmente presente y la santa Misa es memorial vivo de su Pascua. El santísimo Sacramento es el centro cualitativo del cosmos y de la historia.” (Benedicto XVI a estudiantes universitarios de Roma 14/12/2006).

Si esto es así – y claro que lo es – se comprende que la subestima de esta verdad pueda acarrear secuelas nefastas. Por eso, volver a la Eucaristía, redescubrir el valor de la Misa y poner la Presencia Real del Señor en el debido pedestal, será factor decisivo de orden personal, social y ambiental ¡Cómo las cosas serían diferentes en el mundo si los corazones se dejasen iluminar e inflamar por el sol eucarístico!

Diciembre es un mes especial sobre el cual llueven como suave rocío las gracias del Adviento y de la Navidad. Lástima que el paganismo invasor opacó el brillo de las celebraciones familiares y religiosas que otrora encantaban a todos, especialmente a los niños.

Pidamos al divino Infante a través de su Santa Madre y de San José, poder encontrarlo con frecuencia en la Eucaristía desde ya y a lo largo del 2022 que se perfila tan incierto. Imitemos a los ángeles, a los pastores, a los magos; corramos al encuentro del Pan de Vida… que viene a nosotros. No le cerremos la puerta como lo hicieron los habitantes de Belén.

La gruta es un sagrario, el pesebre un altar, el Niño, manjar celestial y María Santísima, el modelo insuperable de cómo se debe adorar y comulgar.

diciembre de 2021.- Mairiporá, São Paulo

P. Rafael Ibarguren EP