DOMINGO DE RAMOS:

DOMINGO DE RAMOS: 

JESÚS VA TRIUNFANTE RUMBO

A LA CRUZ 

 

 

Con un fondo de tristeza,

y al mismo tiempo de severidad,

Jesús comprendía

lo que tenían de vacío estas aclamaciones.

Aquél era un pueblo que había visto sus milagros,

escuchado sus enseñanzas,

sin embargo, dudaba.

Se aproximaba la hora de la tragedia.

 

“Después de haber preparado nuestros corazones desde el principio de la Cuaresma con nuestra penitencia y nuestras obras de caridad, hoy nos reunimos para iniciar, unidos con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio Pascual, es decir, la Pasión y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, misterios que empezaron con su entrada en Jerusalén”, con estas palabras introductorias, el sacerdote extiende las manos y bendice – y en silencio rocía con agua bendita – los ramos que serán presentados a Cristo victorioso. A continuación, después de la lectura del Evangelio de la entrada de Jesús en Jerusalén, todos los fieles, imitando a la multitud que aclamaba al Señor, inician la procesión hacia la iglesia en donde se celebrará la santa Misa.

 

En este solemne momento se da inicio la Pasión de Nuestro Señor, el más intenso de la liturgia de todo el año, la Semana Mayor, llegando a su auge con el Triduo Pascual, en que las ceremonias, sucediéndose unas a otras, recordarán las circunstancias de nuestra Redención.

 

Principia la Semana Santa – la Pasión del Señor – con el grito de: “¡Hosana! ¡Viva el hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosana en el Cielo!”, pero, llegando a la lectura del Evangelio, en la propia Misa, encontraremos, in extenso, al Evangelio de la Pasión. La Santa Iglesia, en su Divina sabiduría, coloca en la liturgia del día de hoy, la Cruz.

 

Encontramos al Verbo Encarnado entrando en la alegría y el triunfo, montado en lo más insignificante de gloria que es un burrito, recibiendo la algarabía del pueblo simple, que con palmas, y extendiendo mantos a su paso, lo aclama con gritos de júbilo. Deberían estar allí presentes los sacerdotes del templo, el Sumo Pontífice, pero, no ocurrió así. Por el contrario, el pueblo, con una mentalidad errada, quería un reino humano, con una perspectiva completamente naturalista. Imaginaban un rey poderoso, ya que tenía el don de hacer toda especie de milagros. Este tiempo litúrgico, que refleja gran júbilo en los cánticos y las palmas o ramos de olivo, aclamado como rey, tiene una nota profunda de tristeza en los paramentos rojos.

 

Nos relata, al inicio, a Nuestro Señor Jesucristo montado en un burro, recibiendo de buen grado aquel homenaje, “con un fondo de tristeza y al mismo tiempo de severidad, porque Él comprendía lo que tenía de vacío aquello, que aquél era un pueblo que lo aclamaba; sin pensar en eso, reconocía su propia culpa”, comentaba Plinio Corrêa de Oliveira, gran líder católico del siglo XX en el Brasil, en una de sus tantas conferencias de formación: “habían visto sus milagros, escuchado sus enseñanzas, sin embargo, dudaron, bondadoso y triste, Él sabe lo que le espera…se aproxima la hora de la tragedia”. Es lo que nos transmite la liturgia de este día de Ramos, lo aclamaban, pero sus ramos no tenían “raíces”, eran alabanzas meramente humanas. Una admiración superficial.

Antiguamente – ¡qué otros tiempos vivía la sociedad! – un tono de tristeza invadía hasta los ambientes públicos y los medios de comunicación: silencio, músicas clásicas, películas de la vida de Jesús nuestro Señor. Hasta en los hogares las imágenes se cubrían de velos morados, el dolor comenzaba. Los fieles volvían a sus casas cargando ramos de palmas o de olivos. Un júbilo pasajero abría camino para la tristeza del comienzo de la Semana Santa.

 

Llena de espanto – y de perplejidad – ver, pocos días después, la ingratitud y el cambio repentino de aquellos que, después de aclamarlo en la entrada a Jerusalén, muestran un odio inexplicable en el Viernes Santo. Si bien que encontramos la raíz, de lo que iba aconteciendo, en una conjuración de los malos que se unen. Pilato, lleno de tibieza e indecisión, lo interroga. Herodes después. Los sacerdotes, hasta los supremos sacerdotes, lo entregan para eximirse de toda culpa, pero instigando por detrás. Todo el mal se une bajo la acción del poder de las tinieblas.

 

¿Y los buenos? ¿Nadie toma partido a favor de Nuestro Señor? ¿Qué es de los ciegos a los cuáles les devolvió la vista o de los sordos y mudos que pudieron oír y hablar? ¿Y los leprosos que habían sido limpios o los paralíticos que volvieron a caminar gracias a la bondadosa misericordia del Jesús que estaba siendo condenado? Tal vez estaría allí, también, el hijo de la viuda al cual le había restituido la vida…

 

Es un lado poco resaltado de esta etapa crucial en la vida de nuestro Divino Salvador. Afirmaba Plinio Corrêa de Oliveira, en una meditación de la Pasión de Nuestro Señor: “vemos que, lo que marca más no es el odio de los malos, sino la indiferencia de los buenos”. Aquellos que tenían sus ramos en manos y colocaban sus capas en el camino por el que pasaba Jesús sobre un burrito, en poco, estaban gritando: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”.

 

La Cruz, ese caminar rumbo a su crucifixión, el escoger a Barrabás en lugar de Jesús, su flagelación, su coronación de espinas, el Cireneo que aparece en su camino al Calvario, el ser colocado entre dos ladrones, sus palabras de dolor, su gloriosa muerte en la Cruz. La Cruz era considerado el peor tipo de muerte que existía, reservada a los que cometiesen los peores tipos de crímenes, factor de desprecio y de burlas en el camino, mientras la cargaba a sus hombros.

 

Después de Jesús ser elevado en la Cruz, esta pasa a ser colocada en los frontispicios de las iglesias, en lo alto de las coronas, en lugares de destaque en los hogares o lugares de trabajo o de estudio. Antes del inicio de cualquier oración, viaje, trabajo o ingesta de algún alimento, nos hacemos la señal de la Cruz.

 

De lo más horroroso pasó a ser lo más honroso, símbolo del mayor triunfo, de la mayor gloria. Bien decía Benedicto XVI sobre la centralidad de la Cruz: “la Cruz es el verdadero árbol de la vida” (9-4-2006). Pidamos, en este Domingo de Ramos, la gracia de comprender cómo, a través de la cruz, llegaremos a la luz: ¡Per crucen ad lucem!, que sepamos hacer de los ramos, una cruz, para no acabar…aclamando a “barrabás”.

 

Una palabra, para terminar, sobre María Santísima. Ella, bien conocía el odio y la maldad contra Jesús. Sabía que esas aclamaciones eran pasajeras y que las tristezas de la Semana Santa, la hora de la Cruz, se aproximaba. Pero, su corazón discernía las alegrías del momento de la Resurrección, y de la Ascensión del Señor a los Cielos.

La Prensa Gráfica de El Salvador, 13 de abril de 2025.

P. Fernando Gioia, EP.

Heraldos del Evangelio.