LA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET
En lo oculto, en el silencio,
en esa pequeña y desconocida Nazaret,
encontramos los personajes de la Sagrada Familia:
Jesús, María y José.
En lo oculto, en el silencio, en esa pequeña y desconocida ciudad de la Galilea, Nazaret, encontramos los grandiosos personajes que conforman la Sagrada Familia: Jesús, María y José. En la casa de Nazaret, cuyo significado, de nasar, sería “florecer o vigilar”, es de donde surgen lecciones que serán apropiadas para las familias de los días de hoy.
En el primer domingo del tiempo de Navidad, la liturgia nos presenta la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, “escuela do nde comienza a entenderse la vida de Jesús, donde se inicia el conocimiento del Evangelio”, en el decir de San Pablo VI (5-1-1964); “ícono de la iglesia doméstica”, en palabras de Benedicto XVI (28-12-2011).
En el año 1964, el Pontífice Pablo VI realiza una visita a la casa de Nazaret; allí profirió palabras llenas de enseñanzas, afirmando que se aprendía – en tan bendecido y especial lugar -, de forma insensible, a imitar la vida de la Santa Familia. Ciertamente, sintiendo la presencia de San José que era el jefe, según el orden natural; de María esposa y madre; y de Jesús niño, que vivían en una excelsitud de contemplación; pues, en el orden sobrenatural, ese Niño es el Creador y Redentor. A estas enseñanzas Pablo VI las llamó de: “lección de Nazaret”.
Acompañemos en sus palabras, tan especiales y llenas de unción, tres lecciones para seguir el ejemplo de Nazaret.
La primera es el silencio, lección para los hombres, rodeados de la agitada y ruidosa vida moderna. El silencio de la casa de Nazaret nos invita al “recogimiento y la interioridad, nos enseña a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros”. Una invitación, al estudio, la meditación, la vida interior y la oración.
Agregaba, como segunda lección de vida familiar, que: “Nazaret, nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable, que es su función en el plano social”.
Finalmente daba, como tercera, una lección del trabajo, para comprender: “más, en este lugar, la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin
en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble”.
La Sagrada Familia nos da el ejemplo a seguir: silencio, recogimiento, trabajo. Como comunidad de amor, a través de un vínculo sagrado que nace “del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun antes de la sociedad, una institución confirmada por la ley divina” (Gaudium et spes, 48), a través de un consentimiento personal e irrevocable.
Entre luces y sombras, la familia, camina en la historia, atacada por fuerzas disgregadoras de todo tipo. Sufriendo, “bajo las presiones derivadas sobre todo de los medios de comunicación social -decía, en su momento, San Juan Pablo II-, los fieles no siempre han sabido ni saben mantenerse inmunes del oscurecerse de los valores fundamentales y colocarse como conciencia crítica de esta cultura familiar y como sujetos activos de la construcción de un auténtico humanismo familiar”. (“Familiaris Consortio”, 7).
Vivimos una sociedad cada vez más permisiva. El mal exalta su derecho de ciudadanía. En ese panorama, muchos problemas, de las familias contemporáneas, derivan de la creciente dificultad para comunicarse. “No consiguen estar juntos y a veces los raros momentos de reunión quedan absorbidos por las imágenes de un televisor”, insistía San Juan Pablo II (“Rosarium Virginis Mariae”, 41), en tiempos en que no existían los modernos elementos electrónicos que nos absorben cada vez más. Estimulaba, para contrarrestar esta avalancha, a rezar el Rosario en familia para “introducir en la vida cotidiana otras imágenes muy distintas; las del misterio que salva: la imagen del Redentor, la imagen de su Madre Santísima”.
Es así que, este santo pontífice, invitaba, en la bella frase: “la familia que reza unida el Rosario reproduce un poco el clima de la casa de Nazaret”. En la oración en familia, se comparten las alegrías y los dolores, se colocan en manos de nuestra celestial intercesora, la Virgen Santísima, nuestras necesidades y proyectos, y acabamos recibiendo fuerzas para el camino.
Tenemos que volver a experimentar la belleza de rezar juntos, siguiendo la escuela de la Sagrada Familia, pues la familia -siendo como es- una “iglesia doméstica”, debe ser la primera escuela de oración. Acentuar la presencia de Dios en nuestros hogares. De esta forma, podremos llegar a ser un solo corazón
y una sola alma, una verdadera familia. Pues, “una familia bien constituida es semilla de un orden social perfecto y jerarquizado, en el cual reina la armonía por la práctica de la auténtica caridad” (Mons. Joao Scognamiglio Clá Dias)
P. Fernando Gioia, EP.
Heraldos del Evangelio