EN CUARENTENA: FE Y CARIDAD

EN CUARENTENA:

FE Y CARIDAD

 

 

 

El espectáculo de quien sufre

toca nuestro corazón.

La fe, si no tiene obras, es de suyo muerta.

Si acompañamos a Jesús, Nuestro Señor, en su caminar en la vida terrena, vamos a encontrar a todo momento su amor, su bondad, su misericordia, por cada uno de los que encontraba. Curando leprosos, ciegos, paralíticos, sordos, mudos o de cualquier enfermedad que tuvieran, ninguno que se le aproximaba quedaba sin ser atendido.

Entre los numerosos milagros, que nos relatan los Evangelios, vamos a encontrar uno que dejó sorprendidos a los miles de presentes, fue la multiplicación de los panes y de los peces. Jesús, preocupado con la multitud que a él se había acercado -para ser curados, liberados de la acción del maligno u oír sus enseñanzas-, considerando que ya era tarde y no tendrían que comer, realiza este portentoso milagro.  Todos tuvieron oportunidad de comer el pan más delicioso de la historia, salido de las manos santísimas del propio Dios hecho hombre. Milagro que, además, fue una preparación de las almas para la institución de la Sagrada Eucaristía: “Yo soy el pan vivo, bajado del Cielo” (Jn 6, 51).

Exceptuado este, no realizó milagros en que su caridad, en concreto, estuviese relacionada con la ayuda con ropas o alimentos. Esto nació, a partir de los primeros cristianos, al compenetrarse poco a poco de la invitación del Señor Jesús: “os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros” y,  para distinguirlo del amor puramente humano, agregó: “como yo os he amado” (Jn 13, 34).

Con el correr de los siglos la Iglesia, en su expansión, fue mostrando una de sus características esenciales – junto a las celebraciones litúrgicas y la administración de los sacramentos-, el ejercicio de la caridad fraterna.

“Gracias a hombres y mujeres obedientes al Espíritu Santo, han surgido en la Iglesia muchas obras de caridad, dedicadas a promover el desarrollo: hospitales, universidades, escuelas de formación profesional, pequeñas empresas. Son iniciativas que han demostrado, mucho antes que otras actuaciones de la sociedad civil, la sincera preocupación hacia el hombre por parte de personas movidas por el mensaje evangélico” (Benedicto XVI, 29-9-2005).

Ha ido brotando, como si fuese una fuente inagotable, del amor al prójimo grabado por el propio Dios en la naturaleza del hombre, a través del tiempo, el preocuparse los unos por los otros, el compadecerse por los enfermos acompañándolos en situaciones de dolor, el querer ayudar al que no tiene casa, ropa o comida.

Fueron naciendo las órdenes religiosas, las congregaciones, las asociaciones de caridad católicas, marcadas en cada momento por santos fundadores como un San Francisco de Asís, el “pobrecillo de Asís”, o de un San Vicente de Paúl con las Hijas de la Caridad, o un San Juan de Dios con sus Hermanos Hospitalarios, o de un Santa Teresa de Calcuta con sus Misioneras de la Caridad, preocupadas con los pobres y los abandonados, o un San Luis Orione con su Pequeña Obra de la Divina Providencia, padre de los pobres, de los que sufren y de los despreciados por la sociedad. Tantos otros y otras están en mi pensamiento, la brevedad me impide nombrarlos, serían páginas de este diario con los innumerables santos – las obras que realizaron y realizan- admirados hoy como modelos de “caridad social”.

Volvámonos a los momentos que estamos viviendo. A mi memoria viene un trecho del conocido himno a la caridad de San Pablo: “Aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy” (1ª Co 13,2).

Este resonar se hace más agudo, como un toque de campanas a nuestros oídos, ante la pandemia del Covid-19. La cuarentena nos ha protegido del virus, pero ha colocado a no pocas personas en la contingencia de no poder trabajar, de no tener medios de sustento, de sentir la falta de muchas cosas, especialmente los elementos básicos de subsistencia, sean alimentos, materiales de higiene o de medicinas. Esto se hace sentir, por más que las ayudas gubernamentales, en varios países, se estén realizando.

Bien nos advierte el Apóstol Santiago que: “la fe, si no tiene obras, es de suyo muerta” (2, 17), es decir, la fe no puede ser teórica, apenas de palabras, sin practicar las obras caridad y de misericordia para con sus hermanos. De lo contrario seremos, como un árbol seco que no da frutos.

Desde nuestros hogares, esta singular circunstancia que vivimos, no nos impedirá que podamos ayudar a nuestros hermanos necesitados.  “El espectáculo del hombre que sufre toca nuestro corazón. Pero el compromiso caritativo tiene un sentido que va mucho más allá de la mera filantropía” (Benedicto XVI, 23-1-2006).

Muchas son, gracias a Dios, además de los gobiernos, las asociaciones y fundaciones que están en acción para proporcionar ayuda, y es bueno que las apoyen. Entre ellas la campaña que están realizando los Heraldos del Evangelio junto con la Fundación el Porvenir de El Salvador, “Cuarentena, fe y caridad”.

Deseando llegar a hermanos necesitados de diversos cantones, tiene como objetivo que, usted mismo, desde su casa, pueda hacerlo, enviando su colaboración para una canasta familiar – o más si lo desea- a FUNPORVENIR, Banco Agrícola cuenta corriente Nº 5000219439, o Banco Scotiabank cuenta corriente Nº 6840020205. También puede ser hecha la donación en línea con tarjeta de crédito o débito, heraldos.sv/caridad. Teléfono de contacto Heraldos.sv: 7584-5100.

Como bien sabemos que “no solo de pan vive el hombre” (Mt   4, 43), junto con la ayuda alimenticia, irá anexado un lindo rosario, así como la forma de rezarlo y sus misterios.

Será, de nuestra parte, una preocupación por sus necesidades materiales, que no olvidará, el desvelo por el bien de las almas, en esta prueba en que todos nos encontramos.

Pidamos a la Santísima Virgen, Madre del Señor, que mostró su espíritu de servicio de caridad con su prima Santa Isabel, interceda por todas y cada una de las familias salvadoreñas, protegiéndolas de este misterioso y mortal virus, ayudándolas en esta delicada situación de dificultad material que algunas están pasando.

 

La Prensa Gráfica, 17 de mayo de 2020

 

P. Fernando Gioia, EP

Heraldos del Evangelio