El milagro eucarístico de Daroca
Mientras seguimos sintiendo el vacío de la presencia Eucarística (¿tendremos en junio la emblemática procesión del Corpus por las calles de nuestras ciudades y pueblos?), salgamos del prosaico día a día que nos toca vivir y disloquémonos en el espacio y en el tiempo: vamos a España, o a “las Españas”, allá por el siglo XIII.
Daroca, un lindo pueblo medieval de Aragón que fuera aldea celta y posteriormente ciudad romana, situado unos 80 km de Zaragoza, fue escogido por Dios para ser custodio de un portentoso milagro eucarístico. Aun hoy, a pesar de la descristianización generalizada, en Daroca se celebra con solemnidad (al menos se celebraba hasta el año pasado…) la Semana Santa y el Corpus Christi.
Los musulmanes, en su empeño de conquistar toda la península ibérica, merodeaban por las cercanías de Daroca. Las tropas cristianas de Aragón se organizaron entonces para defender y reconquistar sus tierras. Católicos de Daroca, Teruel y Calatayud se disponían a la batalla; era el 23 de febrero de 1239.
El cura de Daroca celebraba la Misa y consagraba seis hostias destinadas a la Comunión de los capitanes de aquellas tropas. De pronto, un ataque del enemigo obligó a suspender la Misa, teniendo el sacerdote que salir presuroso a un monte cercano, para esconder las formas ya consagradas, envueltas en unos corporales.
En este ataque los cristianos fueron victoriosos, y los comandantes pidieron al sacerdote recibir la Comunión en acción de gracias por la victoria obtenida. El Padre del lugar, Mateo Martínez se llamaba, fue hasta donde había escondido el Santísimo Sacramento para evitar que fuese profanado, y ¡Oh maravilla! encontró a las seis Hostias empapadas en sangre y pegadas a los corporales.
Los jefes de guerra se encantaron a la vista del milagro, y lo tomaron como una señal de que iban a ser victoriosos en embestidas futuras. Pidieron al clérigo que levantara los corporales manchados de sangre en un marco, y erigirlos cual estandarte. Con él volvieron a batalla, obteniendo nuevas victorias.
Los seis comandantes eran de diferentes lugares y, naturalmente, cada uno deseaba que los corporales fuesen a su propia ciudad, para ser honrados en la respectiva Catedral o templo. Discutían y discutían… nadie cedía, y no se ponían de acuerdo. Decidieron entonces hacer un sorteo. Y acabó siendo escogida la propia ciudad de Daroca para ser la sede de aquel tesoro tan valorado.
Pero… dos de los jefes no aceptaron. Entonces, fue propuesta una singular solución: se pondrían los corporales en el lomo de una mula árabe, capturada en la conquista, que nunca antes había pisado tierras cristianas. La dejarían vagar durante el tiempo y los lugares que quisiese, y donde se detuviese definitivamente sería el lugar escogido para la permanencia de las reliquias. Se ejecutó ese plan.
La mula con el tesoro a cuestas se puso en marcha y anduvo durante doce días una distancia de cerca de doscientos km, bordeando ciudades, sin entrar en ninguna. Por fin, cayó exhausta ante la Iglesia de San Marcos… ¡en la ciudad de Daroca a la que retornara! Allí quedaron entonces los corporales que más tarde fueron llevados a la hoy Basílica de Santa María de los Sagrados Corporales, donde se veneran en una capilla ornada con pinturas que evocan el milagro.
Hay interesantes tradiciones que se han ido transmitiendo por generaciones sobre al viaje de la mula; cuentan que en su travesía sucedieron varios milagros: cánticos de ángeles, demonios que abandonaban posesos, conversiones, etc.
Pocos años después del milagro, en 1261, una comitiva de Daroca viajó a Roma para informar a Urbano IV -Papa muy amante de la Eucaristía- sobre el milagro eucarístico de su ciudad. Este Pontífice era contemporáneo de la religiosa Santa Juliana de Cornillón, de Lieja, Bélgica, que tanto trabajó por la institución de una fiesta propia para el Santísimo Sacramento. Por entonces, Urbano IV, que antes había sido canónigo en Lieja, se encontraba en Orvieto, donde declaró auténtico otro famoso milagro eucarístico, el de Bolsena, e instituyó, en 1264, la Fiesta del Corpus Christi. El milagro eucarístico de Daroca fue considerado como una señal más del Cielo para que la Fiesta de Corpus, hoy Solemnidad, fuese establecida.
Santo Tomás de Aquino, que providencialmente estaba en la ocasión con el Papa, compuso himnos para la Misa propia del Corpus. Más tarde, el docto santo dominico sería nombrado patrono de la ciudad de Daroca. Y en 1444, el Papa Eugenio IV concedió indulgencias y jubileos a ser celebrados en Daroca. Fue este Pontífice que declaró auténticos otros milagros eucarísticos: el de Walldurn de Alemania, y el de Ferrara de Italia. Eran épocas de Fé ardiente…
Alguno podrá preguntarse, ¿por qué en tiempos de fe robusta se daban portentosos milagros con relativa frecuencia, y en la sociedad materialista de hoy, los milagros son tan escasos, o casi inexistentes? ¿Acaso los milagros no tocarían los corazones y avivarían la fe adormecida de las personas?
Claro que no. Porque los milagros son, precisamente, regalos de Dios para las almas que tienen fe, que están dispuestas a creer. “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque alguien resucite de entre los muertos, no creerán” dijo Abraham al rico de la parábola que se quemaba en el infierno (Lc, 16, 31).
En todo caso, cada día, a toda hora y en miles de lugares, sucede un milagro mucho más grande e impresionante que todos los demás sumados: la transubstanciación. En la Misa, por las palabras de la Consagración dichas por el propio Cristo a través de la voz del Sacerdote, y por obra del Espíritu Santo, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor.
¡No se valora debidamente este milagro supremo y se pretenden otros que serían inútiles!
P. Rafael Ibarguren EP