La espada del Espíritu y el escudo de la Fe

La espada del Espíritu y el escudo de la Fe

Al iniciar el año, el tema del coronavirus sigue, naturalmente, en boca de todo el mundo. Las normativas que se suceden sobre el asunto tienen, en general, un enfoque unidimensional y no siempre “científicamente correcto”. Algunas causan desconcierto. Sin hablar de las dosis de fake news con que se engaña a la opinión ¡Sursum corda! Vamos a nuestro tema eucarístico de cada mes, que abordaremos bajo un ángulo diferente… y desafiante.

Hasta hace poco tiempo atrás era corriente el término “Iglesia militante” para referirse a la Iglesia de la que hacemos parte los vivientes -o los mortales- y que, junto con la purgante y la gloriosa, constituye la única Iglesia Católica Apostólica Romana… expresión que también va cayendo en desuso.

“¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra?” (Job 7, 1). En vez de “militante”, ahora se opta más bien por decir “Iglesia peregrinante”, lo que no es incorrecto, pero es menos preciso, ya que, para vivir las exigencias de la Fe, es necesario vencer obstáculos, negarse a sí mismo, cargar la cruz ¡hay que militar! Las fuerzas para ese arduo compromiso nos vienen de la gracia de Dios, siendo los Sacramentos vehículos de la gracia; el de la Confirmación, por ejemplo, que transforma al bautizado en soldado de Cristo.

Este combate es, antes que nada, de corte espiritual: “Porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (Ef. 6, 11-12). No obstante, el embate tiene desdoblamientos en el campo material, dado que no solo existen ángeles malos, hay también maldad entre los hombres, y maldad deliberada y culposa.

Cuando en la Cristiandad floreció la caballería y se dieron las gestas de las cruzadas -hoy tan criticadas y tan desconocidas- hubo contiendas admirables, tanto en Europa como en Medio Oriente. Seguro que dirá alguno por ahí que la miseria humana no estuvo ausente, pero ¡si hasta las empresas más santas se han visto tiznadas con la fragilidad congénita de los desterrados hijos de Eva! Las cruzadas fueron impulsadas por los Papas y de ellas tomaron parte santos de la talla de un de San Luis IX de Francia o de un San Fernando de Castilla.

Siglos más tarde, así se expresó Santa Teresita del Niño Jesús: “Siento en mí la vocación de guerrero, el coraje de un cruzado, de un zuavo pontificio. Quisiera morir en el campo de batalla en defensa de la Iglesia. Qué felicidad habría sentido en combatir en el tiempo de las cruzadas o, más tarde, en luchar contra los herejes ¿Será posible que muera en una cama?” ¿Lirismo? ¿Expansiones juveniles? ¡Son decires de una Doctora de la Iglesia!

De hecho, en el santoral figuran varios guerreros, modelos de heroísmo cristiano. Hay otros que, sin haber entrado propiamente en la arena, estimularon lides justas mereciendo la honra de los altares. Y son numerosísimos los valientes defensores de la Fe que, aunque no estén en el catálogo de los santos canonizados, han ganado el Cielo.

En la Sagrada Escritura se relatan permanentes conflictos entre fieles (etimológicamente: los que tienen fe) e infieles (los que no la tienen). Se lee en el Génesis que Dios dijo a la serpiente después de la caída original en el Paraíso: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gn. 3, 15). Se trata de una enemistad puesta por Dios, no por la voluntad o el capricho humano. Y el último Libro Sagrado, recoge la misma verdad: “Y se llenó de ira el dragón contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, los que guardan los mandamientos de Dios (…)” (Ap. 12, 17).

Así, la Biblia se abre y se cierra con esta enseñanza clave: la vida es una batalla constante, siendo la lucha en la tierra una prolongación de la de los Ángeles: “Y hubo un combate en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió, él y sus Ángeles” (Ap. 12, 7).

En los Evangelios hay pasajes significativos que apuntan para ese estado de beligerancia; veamos tan solo dos ejemplos: Simeón que dice de Jesús, en la Presentación: “Éste ha sido puesto para la ruina y la resurrección de muchos en Israel; será un signo de contradicción” (Lc. 2, 34), o lo dicho por el propio Señor: “No he venido a la tierra a traer paz sino la espada” (Mt. 10, 34).

Bien ¿qué pensar de todo esto? Antes que nada, digamos con el Maestro: “Bienaventurados los que trabajan por la paz” (Mt. 5, 9). Él nos enseñó el amor a los enemigos, el perdón hasta “setenta veces siete”, la oración por los que nos persiguen, etc., eso también está en los Evangelios. Entonces ¿cómo explicar la aparente contradicción? Es que el amor a “mi persona” es, digamos, negociable, más el amor a Dios, no. Tratándose de intereses propios, tantas veces debo ceder y poner la otra mejilla, pero la causa de Dios es sagrada e irrenunciable… salvo que ignore el 1° Mandamiento, resumen de toda la Ley.

Es un hecho que las ideas y los reflejos de muchos católicos se han visto afectados por los miasmas del relativismo, al no querer ver de frente una verdad elemental: el amor y el odio se acompañan como la luz y la sombra. Si se adora al Señor, se combate la idolatría; si se ama la virtud, se odia el pecado; si se da culto a Dios y a los santos, se detesta al demonio y a sus agentes ¿Cómo no va a ser así? Hay incompatibilidad entre luz y tinieblas.

A estas alturas, algún lector estará sorprendido por el rumbo inusual que tomó esta meditación eucarística (?) que va llegando a su término. Sin embargo, toda esta introducción -quizá por demás extensa- ayuda a desembocar más fácilmente en nuestro permanente empeño: el fomento del culto eucarístico…

…porque nuestra “militancia” pasa por adorar y propagar el amor a JesúsHostia, lo que implica en “cruzarse” por la Eucaristía. Se trata de una cruzada para la exaltación de la Presencia Real del Resucitado, ya no para reconquistar el Santo Sepulcro. En esta singular cruzada se pelea contra la ignorancia y la apatía, con las armas de la palabra y del ejemplo, para vencer la generalizada inconsecuencia de nuestros hermanos en la fe y atraerlos al Pan del Cielo. Libremos esta “guerra santa” bajo el manto de la Virgen “Bella como la luna, refulgente el sol, Terrible como un ejército en orden de batalla” (Cant. 6, 10).

 

P. Rafael Ibarguren EP