“Lo que falta a los padecimientos de Cristo”

Lo que falta a los padecimientos de Cristo

Seguramente la gran mayoría de los católicos practicantes sabrá de memoria la oración del Credo que se recita en las Misas dominicales ¿Conocerá el hondo sentido de esas verdades y las profesará con un ánimo fervoroso? Entre paréntesis, la expresión “católico practicante” es una redundancia; no se puede pretender llamarse católico y vivir al margen de la religión.

Sucede a muchos de los que emprenden la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), que no van más allá de la preparación sumaria requerida para recibir por la primera vez el sacramento, descuidando así el cultivo de la fe. Ahora, la militancia católica pide capacitación y crecimiento, tanto en conocimientos como en virtud. Como es natural, a un niño se le pedirá una determinada cuota de aprendizaje y de comportamiento; a una persona ya madura, un caudal mayor de formación y de perfección.

Al decir “formación”, no se piense en estudios especializados o eruditos, trátase de dar atención al instinto cristiano que anhela naturalmente la verdad al soplo de la gracia. Creaturas racionales con un destino eterno… no siempre somos razonables. El hombre contemporáneo descuida las inquietudes religiosas, y el dinamismo de su interés va hacia los temas económicos, políticos, lúdicos, ambientales, cuando no, meramente particulares o, directa y descaradamente, egoístas, dando las espaldas del bien común.

Concretamente, en relación al misterio eucarístico, hay un gran desconocimiento y muchos claro-obscuros que quitan a los fieles la apetencia por el Sacramento, minando así su vida espiritual. El desgano en el saber y en el amar va debilitando la fe, y si es verdad que no se ama lo que no se conoce, no es menos cierto que nadie apetece saber algo que no despierte interés o curiosidad. Amar y conocer van de la mano.

Una muestra de este descuido la tuvimos hace un par de años atrás con una noticia pavorosa: según una encuesta digna de crédito, el 69% de los católicos norteamericanos creían que el pan y el vino eran solo símbolos después de consagrados en la Misa ¡y no el Cuerpo y Sangre del Señor! No estamos en presencia de una muestra aislada sino de un síntoma: esta realidad es una cumbre de una vasta cordillera que abarca el tema eucarístico y todo el cuerpo doctrinal del cristianismo.

Se impone, entonces, despertar el interés por las cosas de la fe para que tengan consecuencias en la vida diaria. De lo contrario, las costumbres, las instituciones y las leyes paganas que se van imponiendo -algunas de ellas aberrantes- acabarán con los restos de civilización cristiana que aún sobreviven.

Es cierto que la Iglesia tiene promesa de inmortalidad, las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Mas no se ha dicho que un país o un área de civilización, perdurará eternamente ¡Cuántos imperios y culturas se eclipsaron y desaparecieron a lo largo de la historia! La Virgen en Fátima llegó a decir que, si no había enmienda de vida, “varias naciones serían aniquiladas”.

Hoy nos afligen dramas de diversas índoles. Se llega a pensar en la total impotencia del hombre para reestablecer el orden, y que solo una intervención de Dios podrá salvarnos. Sin embargo, esto es demasiado simplista y cómodo, es una verdad empobrecida, carente de un matiz… inmenso: que cabe a los mortales dar su contribución al proyecto divino y no ser indolentes y neutrales.

Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col, 1, 24), escribió San Pablo a los colosenses. ¿Cómo? ¿los padecimientos de Cristo no fueron suficientes? Sí, lo fueron en lo referente a Su Persona, Él padeció por entero mostrándonos el camino a seguir que pasa por la cruz. Ese mismo camino toca transitar a los cristianos.

Fuimos salvados por Cristo, pero no de una manera impositiva y automática, hay que acoger la salvación, los hombres deben cumplir sus deberes y cargar la propia cruz. Ese es también el sentido de otra enseñanza paulina, esta vez a los hebreos, “Toda desobediencia y transgresión incurriría en justa sanción ¿cómo escaparemos si descuidamos una tan sublime salvación?” (Heb. 2, 2-3).

Atinemos ahora para otra verdad, ésta muy consoladora: Mientras la Santa Misa sea celebrada en el mundo -atención: aunque sea tan solo una sola Misa en algún rincón ignorado de la tierra- todo bien se puede esperar para la humanidad. Sacrificio reparador, Presencia salvífica y Alimento vivificante, la Eucaristía es la permanencia de la Redención en el tiempo, es Dios ofreciéndose para salvarnos, es claro que contando con nuestra respuesta dada al impulso de la fuerza prodigiosa que emana, precisamente, de la Misa.

La Virgen Santísima es la intercesora segura para llegar al Señor, presente en los altares en que se ofrece. Un cántico eucarístico proclama: Caro Christi, caro Maria (la carne de Cristo es carne de María). Hija predilecta del Padre, Madre admirable del Hijo y Esposa fiel del Espíritu Santo, ella está entrañada a más no poder en el querer y en el obrar divino.

Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). En su testamento, Jesús nos dejó dos preciosidades: Su Cuerpo en el Cenáculo y Su Madre en la Cruz ¿Qué más podríamos querer de mayor y de mejor? Entonces, ante las crisis que nos preocupan, ni tristeza, ni optimismo sino un realismo responsable y animoso, pues Dios renovó la antigua y eterna alianza con sus hijos, sellándola con Su Sangre en el Calvario y, la víspera, instituyendo la Sagrada Eucaristía en la última Cena.

Para que las cosas se compongan en el mundo en caos, está faltando ese “complemento” a la obra de la Redención: que se acoja el don de Dios ¿Cómo completar “lo que falta a la Pasión de Cristo”? Básicamente, valorando los tesoros de la Fe -entre los mayores están la Eucaristía y María- y enmendando nuestras vidas. Dicho de otra forma, se trata de ser “practicantes”.

 

P. Rafael Ibarguren EP