Los Congresos Eucarísticos y la paz social
Presento a los amables lectores algunos párrafos de un artículo eucarístico del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira aparecido el 14/10/1934 en “O Legionario”, órgano oficioso de la Arquidiócesis de Sao Paulo, Brasil, del cual el autor era fundador y director. El tiempo que nos separa de la publicación de este escrito no ha disminuido en nada la actualidad de sus reflexiones.
El referido artículo vino a luz a propósito de la clausura del XXXII Congreso Eucarístico Internacional realizado en Buenos Aires en 1934 que, por la magnitud de las multitudes que asistieron a los actos públicos, fue el hecho de masas más importante sucedido en Argentina hasta la fecha. Corrían otros tiempos…
Hoy toca a la ciudad húngara de Budapest, una de las capitales más bellas de Europa, ser sede de un nuevo magno evento eucarístico; bajo los auspicios del Cardenal Peter Erdô, Arzobispo de Budapest, en septiembre se celebra el LII Congreso Eucarístico Internacional donde estará presente nuestra Federación.
Siempre importa preservar la paz social. Las buenas relaciones entre las naciones y la concordia en el interior de cada una de ellas es una preocupación primordial en épocas de tensiones armadas – que, por cierto, no faltan en los tiempos que corren – y también a la vista de desórdenes y agitaciones callejeras motivadas por descontentos sociales, igualmente a la orden del día. Mientras hervía el caldo que daría lugar a la II Guerra Mundial, el Dr. Plinio apuntaba al culto eucarístico como camino privilegiado para obtener la paz, que, en el decir de San Agustín, no es otra cosa que “la tranquilidad en el orden”.
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“No es difícil encontrar relación entre los Congresos Eucarísticos y la paz social. Las guerras son siempre fruto de las pasiones exacerbadas. Y, como entre los individuos, la virtud de las partes domina los ímpetus del amor propio y conserva en armonía las relaciones recíprocas, también entre las naciones es necesario que reine la virtud cristiana que impida los excesos de las pasiones nacionales.
Ahora, para eso mucho concurren los Congresos Eucarísticos. Primeramente, porque en ellos hay una consagración de la realeza trascendente de Nuestro Señor Jesucristo. Se reúnen representantes de los más diversos países para, postrados, reconocer la soberanía suprema del Rey de reyes de quien procede todo poder en la tierra. Este espectáculo no puede dejar de impresionar a los soberanos de este mundo (…) Sentirán la precariedad de su soberanía, notarán que su autoridad no es absoluta o ilimitada, sino que debe curvarse delante de otra más excelsa a quien pide normas para regularse (…).
Después, los Congresos Eucarísticos favorecen un conocimiento más profundo de Nuestro Señor Jesucristo. Él ya no aparece apenas como el Redentor que una vez se sacrificó por los hombres para merecerles una corona de gloria en vida, más allá de la tumba. Su vida eucarística, perpetuando el sacrificio, convida a los hombres a una reflexión sobre a perennidad de su Pasión, los motivos que la determinaron, su influjo durable en las almas. Y viene a luz la vida de la gracia, la vida establecida por Nuestro Señor, como una realidad que debe ser vivida, y vivida intensamente. De ahí los frutos más ocultos, que maduran en lo íntimo de los corazones: la reforma de los individuos.
Una vida en la cual la religión no es un agregado accidental, más el móvil único que da vitalidad sobrenatural a todas las acciones del individuo, un revestimiento de Cristo, en la frase de San Pablo.
No se diga que, todos espirituales, estos frutos en la sociedad son valores someros. Absolutamente. No es posible una separación real entre los individuos y la sociedad. No hay una sociedad abstracta a la cual se aplican normas y reformas sin considerar los hombres que la componen. Estos son siempre los miembros de aquella, en la cual ingresan enteros, cuerpo y alma, vicios y virtudes que por ventura posean. Y como los vicios concurren para el desorden y la intranquilidad, las virtudes son elementos de orden e de paz.
La paz social depende, pues, y mucho, de la paz interna de sus miembros. Esta solo se obtendrá cuando los hombres se compenetren de su finalidad extraterrena, sobrenatural, y sepan que ella se subordina al cumplimento exacto de sus deberes para con Deus y para con el prójimo. Tal comprensión es proporcionada por las enseñanzas de Nuestro Señor; y su ejecución, se facilita a la vista de los ejemplos dados por Él: una y otra cosa se obtienen en los Congresos Eucarísticos. (…) Realmente, la paz de Cristo solo se puede obtener con el reinado de Cristo en los individuos y en la sociedad.”
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Cuando los fieles se compenetren de su finalidad sobrenatural y pasen a cumplir sus deberes para con Dios y para con el prójimo ¡otras serán las cosas! Entre los deberes a ser asumidos, uno prima: el culto al Santísimo Sacramento del Altar.
Arrullada por las aguas del Danubio, Budapest se enriquecerá con la maravillosa experiencia de ver al divino Prisionero del tabernáculo, reconocido y festejado en sus iglesias, calles y plazas. Muchos monumentos de la ciudad evocan páginas gloriosas de su historia, ya de júbilo, ya de dolor; algunos han sido declarados Patrimonio de la Humanidad. Pero nada tiene el valor de ese pequeñito disco blanco de pan de trigo consagrado que vemos en la custodia, el mismo Dios hecho alimento restaurador y remedio de inmortalidad. Dígase aquí algo bien triste y evidente: la Eucaristía es el fármaco ignorado en la actual pandemia…
Que San Esteban, primer Rey magiar y santo fundador de Hungría cuyo milenario estamos celebrando, y el Beato Carlos IV de Habsburgo, último Rey Apostólico de ese noble pueblo, intercedan desde el Cielo para que el Congreso Eucarístico Internacional sea una ocasión de grandes gracias y contribuya al establecimiento de “la tranquilidad en el orden” en la nación húngara, en toda la tierra.
junio de 2021.- Mairiporá
P. Rafael Ibarguren EP