El valor indulgente de la Misa

El valor indulgente de la Misa

Al considerar la Presencia Real en el Eucaristía, razón del culto de adoración en que se empeña la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia, naturalmente se asocia al espíritu el acto litúrgico por excelencia, la Santa Misa. Es durante la celebración eucarística que son consagradas las especies del pan y del vino, atendiendo al mandato divino dado la Última Cena: “Haced esto en memoria mía” (Lc. 22, 19).

Sabemos lo que es la Misa. Es el mismo sacrificio de la Cruz, con todo su valor infinito; no es figura, símbolo o representación, sino verdadera renovación incruenta de la inmolación del Calvario; por eso, es un sacrificio perfecto y agradable a Dios. En la Misa, Cristo se ofrece al Padre, y a Su divina expiación vienen a unirse nuestros propios sacrificios, realidad que es simbolizada en las gotas de agua que se vierten en el cáliz con el vino que va a ser consagrado. Además, por ocasión de la celebración, se aplican los méritos del Redentor a los presentes, sacerdote y fieles ¡Qué inmensa valía tiene una Misa!

Lástima que tantos católicos se han ido desentendiendo del deber y del privilegio de ir Misa, sea por negligencia culposa, sea por falta de formación religiosa, sea desmotivados o chocados a la vista de irregularidades, y hasta de extravagancias, que se suelen dar en algunas celebraciones.

A estas causas, recientemente se sumó otra que limitó las Misas y, en muchos lugares, las suprimió de forma brutal: la gestión de la actual pandemia.

Ante esta dolorosa realidad, es claro que el diablo y sus secuaces habrán exultado, porque no es otra cosa lo que quiere y por lo que confabula el infierno: que las iglesias se cierren, que los sacerdotes no celebren y que los fieles queden desamparados, como huérfanos, sin pastor y sin sacramentos.

El Covid 19 arremete contra la salud del cuerpo. Pero esta otra toxina de orden espiritual (el descuido de las obligaciones religiosas) ataca al alma con la intención de llevarla a la condenación eterna, obstaculizando el acceso a esa tan necesaria “vacuna” terapéutica: el Pan de Vida. No es otra la triste situación por la que atravesamos sin que se logre, por el momento, neutralizarla. Pidamos a María Santísima la gracia de añorar las Misas y las comuniones por las que tantas veces fuimos negligentes, y que nos las devuelvan cuanto antes con toda la sacralidad y la belleza que les son propias. “La belleza no es un factor decorativo de la acción litúrgica, más un elemento constitutivo en cuanto atributo de Dios y de su Revelación” (Sacramentum Caritatis n° 35).

Para alimentar ese deseo consideremos una instrucción sobre el valor de la Santa Misa de San Leonardo de Puerto Mauricio, un franciscano italiano de los siglos XVII y XVIII. Él da quince razones propias a valorar el Sacrificio Eucarístico, aunque la lista podría ser todavía mayor. Sí, porque la Misa tiene un valor enorme, insondable, propiamente infinito; y las repercusiones que derivan de ella en beneficio espiritual y material de los fieles, son colosales.

1.- En la hora de la muerte, las Misas que hayamos oído devotamente serán nuestra mayor consolación.

2.- En la Misa Dios perdona todos los pecados veniales que estemos determinados a evitar.

3.- Él también perdona los pecados desconocidos que nunca confesaríamos.

4.- Gracias a la Misa, el poder de satanás sobre uno es disminuido.

5.- Cada Misa irá con nosotros al Juicio e nos implorará el perdón.

6.- Las Misas disminuyen la punición temporal debida a nuestros pecados, según el fervor que hayamos tenido en ellas.

7.- Participando devotamente de la Misa se da el mayor homenaje posible a la Sagrada Humanidad de Nuestro Señor.

8.- A través del Santo Sacrificio, Nuestro Señor Jesucristo repara por muchas de nuestras negligencias y omisiones.

9.- Oyendo piadosamente la Santa Misa, se ofrece el mayor alivio a las almas del Purgatorio.

10.- Una Santa Misa (¡una sola!) asistida devotamente durante la vida es de mayor beneficio para uno que las muchas que se puedan celebrar en sufragio después de nuestra muerte.

11.- A través de la Santa Misa somos preservados de muchos peligros e infortunios que, de otra forma, caerían sobre nosotros.

12.- Acortamos nuestro Purgatorio en cada Misa.

13.- Durante la Santa Misa nos arrodillamos entre una multitud de Ángeles y de Santos que están presentes en el Adorable Sacrificio con reverencia.

14.- Por la Santa Misa somos bendecidos en todos nuestros bienes y emprendimientos temporales.

15.- Participando con devoción en la Misa, ofreciéndola a Dios en honra de un Santo o de un Ángel en particular, en agradecimiento por favores dispensados, se consigue para aquel Santo o Ángel un nuevo grado de honra, alegría y felicidad, y, en retribución, ellos dirigen su especial amor y protección hacia nosotros.

A tantos beneficios habría que sumar los que resultan del hecho de comulgar; la Misa tiene su valor, y la comunión eucarística el suyo propio.

Este elenco no es fruto de elucubraciones de un fraile ingenioso o soñador, trátase de verdades plenamente ajustadas a la enseñanza de la Iglesia. Pena es que no escuchemos cosas como estas con más frecuencia…

En el mes de mayo el calendario litúrgico nos señala la solemnidad de Pentecostés. “Enviad Tu Espíritu y todo será creado, y renovareis la faz de la tierra” se reza en las letanías del Espíritu Santo. Hagamos nuestra esa plegaria por mediación de la Virgen María, la fiel esposa del Paráclito.

mayo de 2021.- Mairiporá

P. Rafael Ibarguren EP