Héroes eucarísticos de ayer y de hoy

Héroes eucarísticos de ayer y de hoy

Brevemente se relatará un acontecimiento impresionante de heroísmo cristiano que podría catalogarse en el género “Milagros Eucarísticos”, a pesar de no relacionarse directamente con la materialidad de una Hostia consagrada, como suele suceder con los milagros eucarísticos que se conocen. Es un hecho a la vez encantador y trágico, del cual fueron protagonistas privilegiados tres niños que más parecen ángeles por su integridad y su valentía.

La narración que sigue, está tomada de una conferencia pronunciada en un Congreso Eucarístico Diocesano en Campos, Brasil, en el año 1955, por el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, ferviente adorador brasileño y bien llamado heraldo de la Eucaristía. El tiempo transcurrido desde entonces, en nada disminuye el interés de la historia relatada, que, además, en aquella ocasión, era reciente. La materia fue publicada en el n° 147 de junio del 2010 de la revista brasileña “Dr. Plinio”; fue de ahí que la tomamos y reproducimos, traducida del portugués:

“(…) Me acuerdo, por fin, de un hecho impresionante, ocurrido detrás de la cortina de hierro, y noticiado por “L´Osservatore Romano”. Los comunistas habían invadido una aldea donde había una iglesia católica. Algunos niños oyeron decir qué a cierta hora de la noche, ellos entrarían en la iglesia, violarían el sagrario y profanarían las Sagradas Especies.

Por la noche, estaba nevando, y la luna brillaba de un modo admirable. La iglesia estaba en la soledad, y mientras los fieles dormían en sus casas, la agonía se aproximaba: el recinto sagrado va a ser asaltado. ¿Nuestro Señor está solo, en ese “Huerto de los Olivos”? No, durante toda la noche, tres niños que entraron saltando por una ventana abierta, están dentro de la iglesia.

Cuando los comunistas entraron, uno de los niños tentó detenerlos inútilmente cuando iban caminando hacia el altar, y murió masacrado. Otro defendió la mesa de comunión, y murió también. El tercero se puso sobre el altar, cubriendo el sagrario con su propio pecho. ¿Qué hicieron, entonces los bárbaros sacrílegos? Mataron ese sagrario vivo, antes de arrumbar el sagrario de oro, tan menos precioso que aquel.

Por fin, agarraron las Sagradas Especies y las profanaron. El infierno, ciertamente exultó, más mucho más exultó el cielo por la sangre de esos tres pequeños mártires derramada en la iglesia, de modo no menos glorioso que la de los mártires que la derramaron en la arena del Coliseo. ¡La Eucaristía hace de tres frágiles niños, grandes héroes!

En este episodio ocurrido hace poco más de medio siglo, vemos hasta qué extremos de amor y de odio pueden llegar los hombres cuando la Fe está en juego. Pero no nos engañemos: en los días de hoy, ese amor y ese odio están encendidos, aunque no siempre se manifiesten hasta la sangre. La “dictadura del relativismo” -la expresión es de Benedicto XVI- ha ido ganando terreno entre los fieles, especialmente después de sucesos como el Concilio Vaticano II o la caída del Muro de Berlín, porque hubo personas que interpretaron y creyeron ¡y cuánto se equivocaron! que había que desarmar la beligerancia contra el error y dar la mano al adversario.

Claro que el amor a la Eucaristía no ha desertado de las filas católicas, incluso en algunos lugares florece. Mas, si no se martiriza a adoradores como aquellos niños ejemplares, suceden cosas tanto o más graves.

En primer lugar, una indiferencia tremenda se ha diseminado en muchos ambientes, que hace con que las personas descuiden sus compromisos bautismales, se paganicen sin escrúpulos y dejen de vivir su fe ¡inclusive dentro familias reconocidamente católicas! Es un proceso lento pero meticuloso e implacable ¿No es verdad que antepasados nuestros -y no tan lejanos en el tiempo- si viesen como están las cosas hoy se chocarían y, probablemente, ni nos reconocerían?

Por otro lado, se bombardea a los fieles no con armas de fuego, sino con proyectiles “suaves”: la televisión, el internet, la censura mediante el desprecio o el vacío, creando situaciones que pueden llegar hasta la “excomunión” social. Posiblemente el lector habrá notado esa embestida sistemática, si es que no le tocó pasar por alguna amarga experiencia personal en ese sentido.

Pero, además, la maldad cruenta o violenta sigue también actuante: están a la orden del día sacrilegios y actos vandálicos contra iglesias y sagrarios. Ese odio atroz tiene un aliado muy dañino: precisamente esa erosión sistemática de los valores cristianos ¡en los católicos! cuyas repercusiones acabamos de evocar.

Gracias a Dios, existen fieles convencidos y coherentes que no cejan en su empeño de adorar al Señor y de testimoniar su fe. Se los ve a todas horas a honrar su turno en la capilla donde está expuesto el Santísimo, a veces en horas de madrugada, llueva, nieve, truene o tiemble. Estos, junto con las almas contemplativas de los conventos, son pararrayos en nuestras ciudades pecadoras.

A su manera, son también héroes, ya que les toca remar contra la corriente y sufrir tantas veces incomprensiones en sus círculos sociales, en la propia familia y hasta en la misma Iglesia. Héroes, sí, porque duele más derramar la sangre del alma enfrentando la opinión dominante, que exponerse a los tiros que pueden matar el cuerpo… y ser un pasaporte para el cielo.

La historia no ha registrado los nombres de los tres niños mártires; nos gustaría conocerlos para invocarlos. Pero ante Dios no hay héroes anónimos. Seamos también héroes velando ante el Santísimo, aunque cueste ¡dulcísimo y meritorio “martirio”! y nuestros nombres estarán inscriptos en el Libro de la Vida.

1 de octubre de 2020.- Mairiporá,  Brasil

P. Rafael Ibarguren EP